Por Fernando Rosso
@RossoFer
El relato del diálogo, del consenso, de la revolución de la alegría, del amor y la unidad de los argentinos, chocó con la irritable sociedad argentina que movilizó masivamente en una semana a la docencia, a los sindicatos enrolados en la CGT y a las mujeres que reclamaron por sus derechos. A la semana siguiente, nuevamente a los docentes -esta vez junto a los estatales en una multitudinaria manifestación en La Plata- y en la misma tarde de la última marcha, el Gobierno recibió el anuncio de la convocatoria al paro general para el próximo 6 de abril por parte del triunvirato que conduce la CGT. En el medio, movilizaciones de organizaciones de desocupados o trabajadores informales realizaron múltiples piquetes con epicentro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Si en el palco del acto cegetista del 7 de marzo los triunviros esquivaban el bulto para no ponerle fecha al paro, esta vez los tres dirigentes se pelearon por el micrófono para reafirmar el día que se llevará adelante la medida. Sin muchas convicciones ni entusiasmo, aclararon que será sin movilización, por temor a que aquella foto simbólica del último acto se transforme en una realidad que haga cada vez más patente el viejo refrán: o con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes.
Pero evitar abrir el camino hacia esa zona de riesgo, convocaron a que todo el mundo deje la cabeza fría y en su casa. Saben que, como alertó el inefable Jorge Asís, “en la Argentina hay tanta calentura, que terminan a las piñas hasta los retiros espirituales”.
Con los límites incluidos, el paro no deja de ser otro revés para el Gobierno nacional y su convocatoria se produjo en medio de un conflicto docente que es la madre de todas las paritarias, justamente en el territorio que será la madre de todas las batallas electorales.
Esto hizo que una de las figuras presuntamente más ignífugas del PRO-Cambiemos, la gobernadora de Buenos Aires María Eugenia Vidal, tenga que virar desde un relato de armonía y comunión hacia la arenga beligerante contra los docentes a quienes no logró demonizar, pese a la extensión de las medidas de fuerza: a una parte importante del resto de la población puede no gustarle el paro, pero no hay una condena enérgica y generalizada, simplemente porque el 18% de aumento sólo es aceptable en el mundo paralelo del PRO y no en la inclemente realidad argentina.
Desde el discurso polarizador de Macri en la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso a la prédica belicosa de Vidal se viene desintegrando el paradigma narrativo que el PRO había presentado como “lo nuevo” y que viene construyendo desde los tiempos prehistóricos de la Fundación Pensar. Desaparece sigilosamente la nube de tags que formaban su cosmovisión evangelizadora: esperanza, alegría, energía, unión, amor, diálogo o equipo.
La sociedad que creían conocer como nunca nadie antes, a golpes de focus group, encuestas y big data, un método pragmático que expresaba los tiempos nuevos llamados a liquidar a las viejas estructuras; irrumpe con su tradicional contenciosidad: huelgas, piquetes, movilizaciones y, ahora, paro general.
Se creyeron la invención de su propia sociedad posmoderna de laboratorio, con la que había que tener un contacto directo, vía Facebook, Twitter, Snapchat e Instagram y cada tanto tocarle el timbre y hablarle despacio al oído en un impostado diálogo intimista: el populismo cool del que habló BratrizSarlo.
Ante la nueva situación, el PRO se encuentra como en una transición: mantiene el tono del viejo discurso pero con el contenido de la nueva guerra. Vidal habla como “Heidi” a cámara para afirmar que va a premiar con dinero a los que no hacen huelga y analiza quitarle la personería a los gremios docentes; mientras que Macri presiona a Horacio Rodríguez Larreta para limpiar de piquetes la ciudad de Buenos Aires.
En el libro “Mundo PRO. Anatomía de un partido fabricado para ganar”, los investigadores Sergio Morresi y Gabriel Vommaro definieron al partido de Macri como posideológico y en cierta medida pospolítico, una organización de aquellos “que se meten” en la política desde el voluntariado onegeístao el universo de los CEO, para curar sus males eternos. Sobre esa base construyeron la fábula de la revolución de la alegría.
Pero si la política es economía concentrada, ahora es justamente la política la que se metió a las patadas en el universo PRO, para mostrarle lo difícil que es sostener el cuento de la revolucióndel amor en los nuevos tiempos de bronca y de cólera. La sociedad parece devolverle al oficialismo como un boomerang el propio significante vacío que le sirvió para ganar la elección: cambiamos!