Diplomático de carrera

Hace unos días, tal vez en su carácter de permanente candidato al Nobel, el cantante Bono mantuvo una breve entrevista con el vicepresidente estadounidense Michael Pence, para agradecerle su influencia en la renovación de la ayuda estadounidense al combate contra el Sida en África.

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

BonoCuando Bob Dylan fue distinguido por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura, fueron muchas las voces de aprobación que salieron a refrendar ese veredicto. Pero también fueron muchas las críticas que se hicieron escuchar, escudadas en el argumento de que Dylan es, fundamentalmente, un músico; y que, por lo tanto, es imposible disociar su lírica de la canción en la que está inserta, como para destacar así su valor literario. La polvareda que se levantó fue considerable, aunque con el correr de los meses los ecos de la premiación se acallaron, sobre todo ante el bajo perfil que adoptó el cantautor frente el acontecimiento.
Cabe pensar, entonces, cuál sería la reacción general si, por ejemplo, otro rockero fuese honrado con el premio Nobel de la Paz, como se ha rumoreado varias veces en los últimos 15 años. Porque el nombre del cantante irlandés Bono, del grupo U2, ha sido mencionado reiteradamente entre los candidatos, sobre todo en 2003, 2005 y 2006. Y los motivos que se esgrimen son las campañas que ha motorizado el músico para reducir la deuda de los países del Tercer Mundo y en apoyo a la lucha contra el Sida y contra el hambre en África, además de su respaldo a organizaciones como Amnesty International.
Si estas fueran las razones para otorgarle al Nobel de la Paz, se podría alegar que hay muchas otras figuras de distintos ámbitos que reúnen iguales o mayores méritos. ¿Qué lo hace distinto a Bono con respecto al resto? Probablemente, su fama como estrella de rock. Desde ese lugar, que en sus comienzos lo transformaba en un francotirador contracultural, ha evolucionado hasta esta situación que lo pone a la altura de los grandes estadistas internacionales. Su periplo no hace sino ejemplificar cómo un género musical que antes se oponía al sistema, hoy es uno de sus engranajes fundamentales.
Este proceso a través del cual el cantante mutó en vocero de causas mundiales, no ha resultado inocuo para su línea de pensamiento. De un tiempo a esta parte, de tanto sentarse a dialogar con presidentes y líderes globales, ha apaciguado su antigua vocación de cambiar las cosas radicalmente, para tomar una perspectiva más moderada acerca de cómo debe evolucionar el planeta. Su pedido a favor de ayuda económica para el presidente español Mariano Rajoy ante la Comunidad Europea en 2014, puso en duda hasta qué punto el líder de U2 se mantiene fiel a las consignas que levantaba cuando sólo era el intérprete de “Sunday Bloody Sunday”.
Hace un par de semanas atrás, tal vez en su carácter de permanente candidato al Nobel, Bono mantuvo una breve entrevista con el vicepresidente estadounidense Michael Pence, visiblemente más cercano al ultraconservadurismo que a la liturgia de la rebeldía rockera. En una Conferencia internacional sobre Seguridad en Munich, Bono se acercó a Pence para agradecerle su influencia en la renovación de la ayuda estadounidense al combate contra el Sida en África. Y bromeó con él, llamándolo “el segundo hombre más ocupado de América”.
Antes de departir con el vice, Bono se había encargado de tildar al presidente Donald Trump como “lo peor que le ha ocurrido” a los Estados Unidos, e instó al mandatario a “respetar a las mujeres” y “priorizar la igualdad entre los ciudadanos”. Declaraciones de principios que no tendrían por qué ser tenidas en cuenta por el jefe de Estado de una de las máximas potencias mundiales. Palabras que, en definitiva, más que expresar una opinión, parecieran destinadas a acuñar el bronce del reconocimiento para un vocero del rock que, a la inversa de Dylan, se ha salido del ámbito musical para incursionar en la carrera diplomática.