Por J.C. Maraddón
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Leopoldo Osorio es un militante socialista chileno de 86 años, que a comienzos de los años cincuenta trabó contacto con Salvador Allende, quien luego iba a convertirse en el presidente de Chile. Osorio, que se desempeñó con secretario del futuro mandatario durante años, era un referente de su partido en Maipú, donde llegó a ser electo como regidor municipal. En esos años, la Democracia Cristiana era el partido gobernante en el vecino país, pero existía un creciente electorado de izquierda que en 1964 se acercó al 40% de los votos, un caudal importante pero insuficiente para acceder al gobierno.
En 1970, a través de un conglomerado de partidos liderados por el socialismo que se presentó como Unidad Popular, Salvador Allende fue consagrado presidente de Chile e inició una serie de reformas políticas y económicas que despertaron la adhesión de un gran sector de la sociedad trasandina, aunque también alimentaron la antipatía de quienes se veían afectados por esas medidas. El 11 de septiembre de 1973, la situación se resolvió de la manera en que se acostumbraba a hacerlo en esa época en Latinoamérica: a través de un golpe militar.
La dictadura que instauró entonces el general Augusto Pinochet fue una de las más sangrientas y autoritarias de la región, anticipándose a lo que iba a ocurrir poco después en la Argentina. Miles de ciudadanos chilenos fueron secuestrados, torturados y asesinados tras el levantamiento contra Allende, y el propio primer mandatario murió en el Palacio de La Moneda. Los que pudieron, emprendieron el camino del exilio, como única posibilidad de supervivencia dada la crueldad de quien se había hecho cargo del poder por la vía de las armas. Este oscuro periodo se extendió a lo largo de 17 años, hasta que en 1990 se produjo el retorno a la democracia.
Por su militancia, Leopoldo Osorio fue apresado en su casa inmediatamente después del golpe. Separado de manera violenta de su familia, permaneció detenido durante 27 meses en la Cárcel Pública, donde fue sometido a toda clase de vejaciones. Finalmente, se le dio a optar entre irse del país o permanecer en prisión, ante lo que Osorio eligió exiliarse en Inglaterra, donde vivió siete años sin la chance de tener contacto con sus familiares. El suyo es uno más entre miles de casos de latinoamericanos condenados a alejarse de su patria por razones políticas.
Sin embargo, a partir del pasado 28 de febrero, su historia dejó de ser una más, para transformarse en un emblema de todos los que sufrieron la persecución de la dictadura chilena. Y es que ese día, en Los Ángeles, Gabriel Osorio (nieto de Leopoldo) recibió un premio Oscar por su cortometraje animado “Historia de un oso”, que pasó a ser el primer filme trasandino distinguido con una estatuilla de la Academia de Hollywood. Contado como una fábula pero sin un ápice de ingenuidad, se muestra allí el derrotero de Leopoldo Osorio, a quien la animación caracteriza –a propósito de su apellido- como un oso.
Muchas veces se apela a grandes superproducciones o a complejos juegos argumentales para representar las terribles consecuencias de los golpes militares en nuestro continente. “Historia de un oso”, en cambio, encuentra en la simpleza de los cuentos infantiles un modo sutil de narración, que no se ahorra realismo pese a que utiliza a los animales de un circo como personajes protagónicos. El mayor logro de Gabriel Osorio es haber pintado un cuadro universal a partir de algo que sucedió en su propia familia. Y su mejor enseñanza es habernos demostrado que no es imprescindible ser solemne para ejercer el derecho a la memoria.