Por Gonzalo Neidal
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Finalmente parece que se acerca un arreglo con los holdouts.
Se trata de una pieza clave en todo el armado económico del nuevo gobierno. Sin acceso al mercado mundial de capitales, el país estará complicado.
Esto lo supo ya la propia Cristina que en los dos últimos años de su gestión intentó recomponer la situación del país en varios frentes internacionales conflictivos a fines de obtener fondos que le permitieran transitar con mayor comodidad el último tramo de su gestión.
Fue así que pagó la deuda con el Club de París y enfrentó también acreencias que debíamos al CIADI. También arregló con Repsol, a quien originariamente Kicillof había dicho que no le pagaría ni un peso. Luego se dispuso a negociar con los holdouts y aquí comenzó a tener problemas. Problemas de mala praxis.
Es que los bonistas que habían quedado afuera de los canjes de 2005 y 2010, no aceptaban un arreglo en las mismas condiciones que los que habían arreglado en esos años. Querían más. Y fueron a la Justicia de Nueva York, como está establecido en los propios títulos. Argentina aceptó el desafío. Pero perdió. El gobierno apeló y volvió a perder. Nuevamente apeló y de nuevo perdió. Había que pagar. Pero Cristina prefirió restringir las importaciones y seguir emitiendo antes que arriar una de sus banderas preferidas y abandonar su elaborada imagen de gobernante víctima del maltrato de los Imperios Malignos.
Es ridículo que un país no tenga acceso al mercado mundial de capitales y que, además, se lleve a las patadas con el país más poderoso del mundo. Tras el infantil y patético episodio de la Cumbre de Mar del Plata en 2005, Estados Unidos nunca más jugó en nada a nuestro favor. Nunca más un presidente norteamericano nos invitó ni nos visitó. Obama nos salteó deliberadamente hace algunos años y eso enfureció a Cristina, que hizo el papelón de enviar a Timerman con una alicate a Ezeiza para abrir valijas de un grupo militar norteamericano que venía a asesorarnos, a pedido nuestro.
El arreglo con los holdouts y la visita de Obama están a punto de zanjar esta ridícula situación y reubicar a Argentina en el mundo. Son cambios importantes e imprescindibles para la nueva etapa.
Pero ayer tuvimos una señal de que, esto que parece obvio y necesario, no convoca todas las voluntades que uno podría pensar. En el Congreso del Partido Justicialista realizado ayer en el estadio de Obras Sanitarias, varios congresales se mostraron partidarios de no apoyar esta dirección que quiere imprimir el presidente Macri a nuestra política exterior y a nuestros vínculos con el mundo. Hablan de “entrega”, “imperialismo” y otras simplificaciones setentistas.
¿No hemos tenido ya suficiente con estos doce años de tozudez inconducente? ¿O el peronismo pretende no dejar gobernar a Macri para después acusarlo de incompetencia y voltearlo?