Hija de la también actriz británica Judy Campbell, Jane Birkin fue una de las mujeres que entre los
años sesenta y setenta se atrevieron a adentrarse públicamente en el terreno del erotismo, una zona que en Estados Unidos iba a ser descalificada por el macartismo, pero que en Europa iba a prosperar. De hecho, uno de los primeros filmes en los que se la vio fue “Blow Up”, del director italiano Michelangelo Antonioni, basada en un cuento de Julio Cortázar. Allí, Jane Birkin protagonizó un polémico desnudo, que no sería el último de su extensa carrera en la pantalla grande. Hoy se consideraría a algunas de esas osadas intervenciones suyas como promotoras del concepto de mujer objeto, de las que ubican al género femenino en el rol de “cosa” placentera, dispuesta siempre a satisfacer el apetito sexual masculino. Sin embargo, en aquella época la desvergüenza de la actriz inglesa la colocaba en una vanguardia saludada por todos como el advenimiento de una nueva (in)moralidad. El hecho de que una mujer se atreviera a desnudarse en cámaras era representativo de un periodo en el que la rebeldía juvenil intentaba echar por tierra todos los preceptos de la generación paterna, que había crecido bajo pautas de conducta por demás severas. De hecho, Jane Birkin fue una de las protagonistas del llamado “swinging London”, un momento en el que la capital del imperio dejó de ser flemática para entregarse al disfrute de los happenings en los que sonaba música sicodélica y circulaban drogas lisérgicas. Después las cosas tomarían un giro político que culminaría con multitudinarias manifestaciones anti Vietnam y con el Mayo Francés de 1968. Pero aun después de la ideologización de las consignas, el desnudo siguió siendo un arma efectiva para quienes se proponían cuestionar las estructuras tradicionales, ya fuera desde la cultura o desde la militancia.
En 1969, Jane Birkin subió un peldaño más arriba en su atrevimiento y, junto a su pareja de ese entonces, el cantautor francés Serge Gainsbourg, grabó la canción “Je t’aime… moi non plus”, donde se reproducían los gemidos de una relación sexual. El escándalo traspasó las fronteras y la difusión del tema fue prohibida en varios países, lo que no hizo sino aumentar la popularidad de la obra, que en realidad lo que promovía era el sexo sin amor. Claro que Birkin y Gainsbourg no fueron para nada representativos de ese tipo de vínculo, porque permanecieron juntos durante 13 años.
Cuando se separó del cantante, con quien tuvo a su hija Charlotte (tenía otra de su primer marido, John Barry), Jane Birkin estableció una relación con el cineasta Jacques Doillon, de la que nació su tercera hija, Lou. El tiempo transformó al irresistible sex appeal de su juventud en la serena belleza de su madurez, a la par que la incitó a compartir sus desvelos actorales con su carrera como vocalista. Y ahora, cuando se apresta a cumplir los 70 años el próximo 14 de diciembre, pese a sobrellevar algunos problemas cardiacos, ella se las arregla siempre para responder a cada uno de las invitaciones que le formulan para grandes eventos. En tanto mamá Jane se ufana de su vejez glamorosa, su hija menor, Lou Doillon, acaba de publicar su segundo disco como cantante y, para promocionarlo, ha concedido entrevistas en las que reniega del papel de “musa” al que se relegó en otras épocas a la mujer. Y señala que la imagen de “liberadas” que mostraban ciertas actrices de la generación de su madre, se terminaba cuando se apagaban los flashes, porque puertas adentro vivían sometidas a su hombre. Una mirada cruel aunque certera sobre un tiempo que fue hermoso, pero que visto en perspectiva distaba mucho de ser el paraíso en la Tierra.
Liberadas, pero sometidas
En tanto la otrora audaz actriz Jane Birkin se ufana de su vejez glamorosa, su hija menor, Lou Doillon, acaba de publicar su segundo disco como cantante y, para promocionarlo, ha concedido entrevistas en las que reniega del papel de “musa” al que se relegó en otras épocas a la mujer.