Un abrazo prolongado

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

ilustra cosquin rockSigno de los tiempos, el rockumental es en la actualidad uno de los géneros cinematográficos más frecuentados. Sea para seguir el periplo vital de una figura reconocida o para testimoniar algún hecho particular vinculado a la simbología rockera, los documentales han sido desde hace mucho tiempo la vía que han encontrado muchos para reflejar lo que pasa en el ámbito de este estilo musical que ha marcado a fuego a la sociedad occidental desde la segunda mitad del siglo pasado. Un simple repaso por esta filmografía, permite atravesar la historia de los últimos cincuenta años, desde la perspectiva de un movimiento cultural que prácticamente no ha dejado resquicio sin insertarse.
La legendaria película sobre el festival de Woodstock de 1969, dirigida por Michael Wadleigh, es un ejemplo primal de este particular formato del séptimo arte, al que cineastas como Martin Scorsese le han dedicado parte de su obra. De hecho, Scorsese fue camarógrafo en “Woodstock” y después se despachó con piezas maestras como “The Last Waltz” o “No Direction Home”, entre otras, que lo calificaron entre los realizadores top que han puesto su foco en el rocanrol, además –en el caso de él- de dedicarse a otras temáticas diversas en el plano de la ficción.
Que una de las primeras grandes obras cinematográficas dedicadas al rock haya reflejado la realización de evento multitudinario, no es obra de la casualidad. Lo que se en “Woodstock” es la edificación de uno de los mayores rituales contemporáneos de que se tenga memoria. Una ceremonia fundacional que atrajo a fieles desde los cuatro puntos cardinales y que sentó las bases de lo que sería de allí en más un lugar común dentro del paisaje rockero: la organización de encuentros al aire libre donde se reunieran algunas de las más importantes figuras del género.
Casi en simultáneo con la locura de Woodstock, la ciudad de Buenos Aires fue el escenario de los BA Rock, que en 1973 dieron lugar a “Rock hasta que se ponga el sol”, el film de Aníbal Uset que luego se convirtió en una película de culto. Complementado con escenas de los músicos, montadas a la manera de un proto videoclip, este documental representó el equivalente local de aquellos largometrajes que se estaban haciendo cargo de la escena en el hemisferio norte. De hecho, “Rock hasta que se ponga el sol” es uno de los pocos materiales de archivo que dan cuenta de los tiempos fundacionales de este estilo musical en el Río de la Plata.
Después, cuando los rockeros empezaron a gozar de longevidad y se volvieron célebres, se generó la necesidad de filmar sus biografías, fueran estas autorizadas o no. Emergió así una variante que es, quizás, la más nutrida en la actualidad, sobre todo a partir de las trágicas muertes de ciertas figuras, que despertaron el interés de la industria hollywoodense. Desde Sid Vicious hasta Jim Morrison, desde Janis Joplin hasta Stu Sutcliffe (el quinto Beatle), casi todos los mártires del rocanrol quedaron inmortalizados en la pantalla.
Pero, cada tanto, los rockumentales vuelven a sus fuentes y se deleitan enfocando con sus lentes las alternativas de algún festival que remita, a la usanza moderna y a su modo, a aquel Woodstock que inventó la pólvora. Por eso, entre los atractivos que ofrece la edición de Cosquín Rock que se realizará este fin de semana, se destaca el estreno de “Cosquín Rock XV”, el documental de Francisco Mostaza que refleja los primeros quince años del encuentro que ahora se escenifica en Satna María de Punilla. El cine y el rock vuelven así a hermanarse en un abrazo que sigue prolongándose en el tiempo.