El sonido de los cerros quebrados

Por Santiago Pfleiderer
san.pflei@gmail.com

descarga[dc]L[/dc]os sonidos ancestrales de Jujuy atraviesan yungas espesas y quebradas desoladas trayendo en el viento el secreto de las antiguas voces de los pueblos originarios que conviven, desde hace ya varios cientos de años, con los colonizadores y los hijos de sus hijos. En esas tierras habita el espíritu indestructible de la Pacha Mama y los duendes del carnaval.
Los carnavales, como los conocemos en la actualidad, surgieron de la mano del teatro en la Grecia antigua inspirados por la figura mitológica de Dionisio, el macho cabrío, dios del vino y de la fertilidad, la deidad que volvía locos de placer a hombres y mujeres. Luego, la tradición se expandió desde Europa del este durante toda la Edad Media, y hoy cada lugar tiene su versión del carnaval. Tanto para la cultura rioplatense como las culturas andinas, el carnaval implica el desentierro del diablo, y esta representación, al igual que en los grandes y antiguos mitines medievales, involucra una participación activa de toda la comunidad en su conjunto dejando de lado diferencias sociales, étnicas, religiosas y etcétera.
Similar a otros festejos del noroeste argentino, el carnaval implica el uso de elementos que provienen, entre otras cosas, de la tradición diaguita como la harina, por ejemplo, que ritualiza un pedido de bienaventuranza o un agradecimiento por la abundancia de los bienes que provee la naturaleza. El ramo de albahaca también tiene un peso fuerte en los ritos del carnval: colgado de la oreja izquierda, simboliza que la persona está soltera dispuesta a dejarse llevar por los duendes del amor, y si el ramo está sobre la oreja derecha quiere decir que se ofrenda la fiesta a alguien.
El próximo viernes 18 de septiembre tendrá lugar en Córdoba una fiesta con profundos aires peñeros donde confluirán sonidos del noroeste argentino con sonidos serranos y también urbanos. Es que el reconocido músico Bruno Arias estará descollando arte junto a Intervento –del coreógrafo Chiqui La Rosa-, los santiagueños de El Mayllín, los cordobeses Nenes Bian, y con la participación del bailarín Negro Valdivia –residente del sur del Valle de Punilla-, más conocido como “el Celador de Sueños”, apodo inmortal con el que lo han nombrado sus amigos mendocinos del dúo Orozco-Barrientos; Valdivia, que oficiará de maestro de ceremonias y que el creador del mítico Encuentro Cultural de San Antonio de Arredondo que se desarrolla desde hace más de 25 años en ese rincón de las sierras cordobesas. Un lujo que los habitantes de la docta no nos podemos perder. La cita, como ya dijimos, será en el espacio Heras MS (Roque Sáenz Peña 934) a las 23 horas, y las entradas pueden conseguirse a módicos 80 pesos en Disquería Edén.
Bruno Arias, nacido en 1979 en El Carmen, será la figura central del evento y estará adelantando su próximo material discográfico titulado El Derecho a Vivir en Paz, además de estar repasando canciones de sus cinco discos anteriores donde Arias brinda un profundo compromiso con los pueblos originarios vinculando los paisajes de su Jujuy natal con los espacios urbanos con altísima calidad artística, utilizando los lenguajes de la música andina para dar a conocer los misterios ancestrales de la tierra, el viento y el sol, canciones en las cuales se deja respirar el aire de los cerros quebrados del norte. Huaynos, chayas y zambas crearán un momento hermoso y fresco para disfrutar y reflexionar acerca del compromiso con la historia y con la tierra.
Desde las míticas peñas en la quebrada de Humahuaca, hasta los salones y plazas de los grandes festivales, Bruno Arias deja su impronta de humildad y de sabiduría, transforma el silencio en el canto de las aves y el sonido de los cerros. El misterio de la noche estrellada, quebrada por una luna en cuarto menguante, nos arrastra por calles de tierra, cerros, risas y otros vasos de vino. Casi todo es monte. El olor en la oscuridad nos da la certeza de estar protegido por esos seres míticos que nunca se fueron, por las fuerzas ocultas de la noche. Lo hermoso de no dormir es ver todos los colores del cielo y oler las horas transhumantes en mates, vinos y cervezas. El bailecito, la zamba, los huaynos y las chayas unen las miradas y las manos en el ritual de reconocernos en la textura del papel y en el sonido ancestral de los parches, las cuerdas y del viento filtrado entre las cañas del norte. Gastando suelas por las calles de tierra y piedra bajo la luna mortecina, las peñas nos llevan irremediablemente a esas sonrisas de guirnaldas carnavalescas. Y arde el deseo incendiario de mezclar las cañas y el vino con las albahacas, la harina, los huevos y la espuma loca en medio de la resurrección y del entierro del diablo fiestero que somos. No hace falta que sea carnaval ni febrero para sentir esas ganas locas de festejar, de descubrirnos nuevamente, como un campesino a la tierra, en esa celebración cósmica de la carne y de la vida, mientras el baile y el vino convidan a nuevos rituales.
Ya lo saben: albahaca, harina, vino y piel. Y que el carnaval nos trascienda