El “anti jarrón chino”

Por Pablo Esteban Dávila

KD9L7668[dc]L[/dc]as últimas declaraciones de José Manuel de la Sota apuntan a su perdurabilidad en el sistema político argentino. Aunque mucho se haya especulado –incluso desde esta columna– sobre que las pasadas elecciones nacionales serían las últimas que el gobernador podría haber disputado, sus declaraciones ayer a radio Mitre, como así también las pistas prodigadas en recientes apariciones públicas, hacen suponer que el largo cursus honorum iniciado en 1983 se encuentra todavía lejos de ser clausurado.
Sus definiciones en lo que respecta al rol que adoptará respecto de los asuntos provinciales a partir del 10 de diciembre son tajantes: “me imagino en la tribuna. Aplaudiéndolo a Schiaretti desde el tablón, como corresponde”.
Insiste que comparte con su sucesor electo “los estilos y el proyecto” y sugiere todo el tiempo que no interferirá con la nueva gestión. Cuenta a su favor que, en el anterior mandato de Schiaretti, se llamó a un cauto silencio hasta que fue nuevamente postulado, un criterio que evitó crisis políticas endógenas y que preservó el invicto mecanismo de poder que permitirá a Unión por Córdoba permanecer en el poder por más de dos décadas.
Son otros, sin embargo, sus planes nacionales. Con casi un millón y medio de votos en su haber, De la Sota sabe que debe mantenerse en el candelero si desea acrecentar este activo hacia el futuro. Empeñado en mostrarse como un político previsible, respaldó a Sergio Massa como una consecuencia natural del pacto de Palermo y de la interna que sostuvieron en las PASO, al tiempo que continúa arrojando dardos venenosos contra Mauricio Macri y Daniel Scioli. El hombre de Tigre, ni lerdo ni perezoso, aceptó encantado este apoyo. No sólo repite a los cuatro vientos su adherencia casi supersticiosa a las ideas del cordobés, sino que decidió sumar ostensiblemente los equipos técnicos de su competidor a los suyos propios. En adelante no será extraño (ni casual) que el candidato de UNA sostenga la línea de propuestas con que De la Sota disputó las elecciones. El influyente Mario Pereyra reconoció al aire, días atrás, que esta debería ser la tónica a adoptar por los presidenciables en las próximas semanas.
El respaldo a Massa será suficiente para mantener al gobernador en la palestra nacional hasta las elecciones del 23 de octubre. La pregunta de rigor que se formularán todos los analistas –y con mayor razón Macri y Scioli– es si sus votos se trasladarán en forma unívoca hacia su socio formal o si, llegado el momento de la verdad, se dispersarán hacia rumbos más PRO o más peronistas. Como sólo las urnas darán el veredicto final, las teorías al respecto abonarán buena parte del recorrido que aún resta transitar, con la imagen de De la Sota como telón de fondo.
Si la primera vuelta determinara la necesidad de un balotaje (algo que parece posible) su figura tomaría un nuevo impulso, más aún si quien terminase contendiendo con el candidato del Frente para la Victoria fuese el jefe de gobierno porteño. En este escenario De la Sota integraría el selecto club de los árbitros electorales, con el raro privilegio de no haber competido, en rigor, dentro de la elección presidencial. Su influencia, en este caso, trascendería el apoyo brindado a Massa para la primera vuelta, recobrando así un protagonismo que, no obstante que limitado en el tiempo (potencialmente entre el 23 de octubre y el 22 de noviembre) lo mantendría en la primera A del debate nacional.
El problema vendrá luego, una vez conocido el próximo presidente, quienquiera que fuese. Por ahora, De la Sota niega que pueda ocupar ningún cargo no electivo, con lo cual –y de mantenerse en esta tesitura– debería esperar hasta las elecciones legislativas de 2017 para regresar al circuito político representativo, en este caso, inevitablemente como Diputado Nacional por Córdoba. Si tal fuera la estrategia, mantendría su compromiso de dejar las cuestiones provinciales en manos de Schiaretti y reservar para sí la incumbencia en los grandes temas nacionales. La sociedad local continuaría funcionando como hasta ahora.
Pero esta especialización política – funcional no dejaría de ser, en esta hipótesis, una mera cuestión territorial, que poco interesaría al debate nacional. En otras palabras, De la Sota tendría una retaguardia ordenada, un punto de partida necesario pero de ninguna manera determinante para ambiciones futuras. Además, los potenciales logros de Schiaretti no le serían homologables a menos que este así lo decidiera, con lo cual su desafío pasaría por constituirse en un diputado referente más allá de su provincia de origen.
Este no es un desafío menor. Hay dos casos de dirigentes con ambiciones nacionales que, a poco de triunfar en importantes elecciones legislativas, vieron de cómo se licuaba lentamente su poder personal. El más emblemático quizá haya sido el de Francisco de Narváez, el primero en derrotar a Néstor Kirchner, mientras que el otro es el del propio Massa, responsable de dinamitar los sueños reeleccionistas de Cristina Fernández pero que, a pesar de tal galardón, debe remar contra la corriente por estas horas para vencer una polarización que amenaza con dejarlo fuera de la discusión presidencial. No son ejemplos para soslayarlos mayestáticamente.
Sin embargo, De la Sota un par de antecedentes que demuestran que, aun alejado de responsabilidades ejecutivas, es capaz de construir mitos de eficiencia republicana. A este respecto todavía hoy factura creativamente sus años de embajador en Brasil, pese a que hace más de veinte años de aquél jalón de su historial política. Del mismo modo, sus escasos tres años en el Senado le sirvieron para cimentar su triunfo de 1998 ante Ramón Bautista Mestre, una fecha magna para quién fuera sindicado, en más de una ocasión, como un eterno perdedor.
Además, el hombre tiene un plus del que adolecen la gran mayoría de los actuales dirigentes: la experiencia. Esto se notó –y mucho– en la campaña pasada, y constituye una plataforma desde la cual reclamar el derecho a ser escuchado. Salvo Adolfo Rodríguez Saa no queda otro referente, ni peronista ni radical, que tenga una vigencia equiparable desde la recuperación democrática. No muchos pueden exhibir una cucarda semejante en esta época de liderazgos efímeros e ideas flacas. Si esto le alcanzará para mantenerse vigente hasta el 2019 y continuar jugando en las grandes ligas es otra cuestión. Por ahora, sólo puede inferirse que pretende ser un “anti jarrón chino” y que, por carácter transitivo, el imaginado post delasotismo deberá esperar durante un buen rato.