De lo que nadie quiere hablar: la economía

Por Gonzalo Neidal

p09-1[dc]E[/dc]n esta campaña electoral está ocurriendo algo llamativo: aunque la economía nacional se va internando en una zona crítica, los candidatos opositores que cuentan con chance ciertas para ganar la elección, se cuidan muy bien de formular críticas duras.
¿Por qué actúan de ese modo? Porque piensan que si endurecen su crítica a la política económica, le dan una arma de contraataque al propio gobierno. Si la crítica es dura, el oficialismo argumentará que ese cuestionamiento encubre una propuesta de ajuste. Y esto significa privaciones de consumo, receso comercial, problemas para las economías familiares, padecimientos para todos.
De tal modo, el debate electoral se ha transformado en un intercambio de las frases “que es conveniente decir” y no en una polémica frontal donde cada uno expone lo que realmente piensa y hará si es que llega a la presidencia.
En estos días se ha recordado la famosa frase de Carlos Menem, tras su giro hacia la economía de mercado: “Si les decía lo que pensaba hacer, no me votaban”. En realidad, la gente votó al riojano no sólo antes de saber del cambio de enfoque que se proponía dar. También lo votó después de que se manifestó como privatista, desregulador y partidario de una reducción en la participación del estado en la economía.
Y no fue reelecto pese a su giro económico sino precisamente gracias a él.

Gurúes y consejeros
No es nuevo que la política sea, en gran medida, un sofisticado arte de mentir, de ocultar, de sugerir, de insinuar y de nunca decir cosas demasiado concretas. Es la ambigüedad lo que añade voluntades. Una ambigüedad que cada uno llena con sus propias esperanzas y fantasías.
Un economista del PRO reveló sin pudores los consejos que le fueron dados por el principal asesor de Mauricio Macri, Jaime Durán Barba. Según el relato de Federico Sturzenegger, el gurú le habría aconsejado no proponer nada y no explicar nada. Y habría remachado con el siguiente consejo:
“Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que explicar que la emisión monetaria genera inflación, que entonces debería reducirse la emisión, y que si entonces haces eso tendrías que hacer un ajuste fiscal, y que si haces una ajuste fiscal entonces la gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos que digas. Cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora en el medio del debate (…) Solo di que están mintiendo con la inflación. O decí cualquier cosa, hablá de tus hijos…”.
Claro que a este modo de abordar la política no la inventó Durán Barba. Ya estaba escrita en los consejos que Niccolo Machiavelli le acercó a Lorenzo de Médici a comienzos del Siglo XVI.
Algo parecido dijo Churchill: “En política, la verdad es tan importante que siempre está custodiada por un ejército… de mentiras”.
Ocurre que tanto los candidatos como sus economistas saben que el ajuste es inevitable pero todos dicen que cuentan con una fórmula para evitarlo. Los economistas independientes, los que no están ligados a ningún partido o candidato, no encuentran mayores obstáculos para decir la verdad y entonces la dicen con más frecuencia.
En política, decir la verdad con cierta crudeza es considerado una “falta de cintura”. Esto significa que la verdad debe ser esquivada tanto como se pueda, sobre todo si encierra el pronóstico de una desmejora en el corto plazo. Es inimaginable que alguien invitara a derramar “sangre, sudor y lágrimas” aunque fuere con la promesa del acceso a un futuro paradisíaco.

No hay crisis
Mucha gente razona este momento del siguiente modo: “La oposición viene pronosticando un estallido económico desde hace varios años. Eso no ha ocurrido y el gobierno dice que no va a pasar. De tal modo, no hay crisis y existe la posibilidad, si se hacen las cosas correctamente, continuar como venimos”. Ni el gobierno ni la oposición ponen sobre la mesa los graves problemas económicos que vive el país, no describen las tensiones inocultables acumuladas durante todos estos años: inflación, retraso cambiario, caída de las exportaciones, ahora déficits gemelos, persistencia de la pobreza, etcétera. Como “la gente” piensa que todo va bien, el oficialismo hace la plancha y espera cosechar votos de ese equívoco fatal.
Porque en la Argentina sólo se eleva a la categoría de crisis un estallido como el de 2001. Los datos previos que anuncian tensiones que pueden conducir (si no se corrigen) a una situación similar, no son tenidos en cuenta de ningún modo.
En días como éstos, hace 40 años exactos, estalló el Rodrigazo. Se lo conoce así porque fue un severo ajuste que impuso, en tiempos de María Estela Martínez de Perón, el ministro de economía Celestino Rodrigo. Este furioso ajuste, no hay que olvidarlo, fue precedido por la ficción del Plan Gelbard, un congelamiento de precios y salarios, sostenido artificialmente. Después del Rodrigazo hubo otros estallidos: el de 1981, cuando Lorenzo Sigaut reemplazó a José Alfredo Martínez de Hoz, el de 1989/1990, cuando las cuentas del gobierno de Alfonsín se desbarrancaron, el de la quiebra de la convertibilidad durante el gobierno de Fernando de la Rúa.
Ahora, en plena campaña electoral por la presidencia, la situación de la economía ofrece rasgos que señalan que, por este camino, vamos hacia una crisis parecida a todas ellas.
Pero todos hacemos como que no nos damos cuenta. De eso no se habla. Nadie se anima a mentar la crisis porque eso es “piantavotos”. Mejor hacer como que no nos damos cuenta.
Como dice Durán Barba, hablemos de nuestros hijos. Pero sepamos que, en algunos años, ellos hablarán de nosotros.