El debate sobre el debate

Por Gonzalo Neidal

2015-06-24_ATRILES[dc]H[/dc]a de ser por nuestras ganas de parecernos a los países más avanzados, que cada vez que se aproximan las fechas de las elecciones, nos sumergimos en la novela pegajosa acerca de la falta de un debate entre los candidatos a los distintos cargos ejecutivos.
Porque, lo sabemos, en la Argentina los candidatos no quieren discutir. Mejor dicho: los que no quieren debatir sus ideas con nadie son los candidatos que perciben –mediante encuestas o el método que fuere- que están arriba en la preferencia de los votantes. Seguro que han de razonar del siguiente modo: “Sin debate, voy ganando. Entonces… ¿qué puede agregar el debate a mis posibilidades de triunfo? Nada. Al contrario, si no logro expresar bien mis puntos de vista, perderé votos y quizá ponga en riesgo mi actual posición ventajosa. Por lo tanto, no me conviene debatir con nadie”.
Esto es lo que parece haber pensado, por ejemplo, Juan Schiaretti al desertar del debate organizado por la UNC para el domingo pasado. Tras el abandono del candidato mejor posicionado en las encuestas, lo siguieron el segundo y el tercero, seguramente con razonamientos similares.
El propio Juan Schiaretti no tuvo inconveniente, hace 8 años, para polemizar con Luis Juez. En ese momento, se anunciaba una elección pareja, como luego se verificó en los hechos.
El filósofo contemporáneo Alexander Brown sentenció, en una de sus exposiciones, que “pedir un debate público, equivale a reconocer que quien lo pide está mal posicionado en las encuestas”.
El ejemplo más claro lo dio el propio Perón, hace más de cuarenta años. En 1973, cuando Perón estaba a punto de presentarse a los comicios del 23 de septiembre y que ganaría con el 62% de los votos, Francisco Manrique lo desafió a un debate por televisión. Perón le respondió con un chiste irónico, en un Congreso de Mujeres Justicialistas.
Dijo:
“Hace pocos días un señor político me escribió una carta diciéndome que en vez de hacer una campaña para la elección. Arregláramos el asunto discutiendo por televisión.
Esto me hace acordar a un amigo mío que una vez me propuso un negocio de vender sándwiches de vaca y de pollo. Cuando le pregunté, cómo era eso, me contestó: un pollo, una vaca, vos ponés la vaca. Ah, bueno, dije yo.
Indudablemente que estos inventores del paraguas, a esta altura de nuestra política, no tienen ninguna importancia, lo que sí tiene importancia es lo que el pueblo decida, y a quien hay que recurrir en estas circunstancias es solamente al pueblo, que no es tan ignorante ni tan atrasado como algunos creen. Y que sobre todo tiene una excelente nariz, porque huele todo a la distancia”.
La razón de Perón, salvando las distancias, es la misma que, aunque no la expresen con todas las letras, esgrimen los que van punteando las encuestas. Al menos esto ocurre en el peronismo. El partido de Mauricio Macri, por el contrario, ha visto en esta negación al debate un rasgo antidemocrático y se ha propuesto aprovecharlo políticamente. Lo señala como antidemocrático y, con gran corrección política, se empeña en debatir aun cuando las cifras de las encuestas o bien las PASO lo favorezcan, como en el caso de la Capital Federal donde Horacio Rodríguez Larreta accedió al debate público con candidatos a los que dobla en intención de voto, según revelan las cifras.

Las ideas y el debate
Es probable que exista una exageración acerca del verdadero aporte del debate al conocimiento por parte de los votantes, de las ideas de los candidatos.
Sin ninguna duda, un debate público entre candidatos puede echar luz sobre las ideas, sobre las propuestas y soluciones que se ofrecen acerca de los temas más candentes e importantes de las instituciones y la economía de una provincia o un país y sería deseable que se transforme en costumbre cívica.
Claro que antes deberíamos sortear algunos problemas. En los Estados Unidos, donde el debate no es sólo una obligación legal sino una tradición política, la existencia de dos partidos simplifica todo. En la Argentina, muchas veces los candidatos a cargos ejecutivos (gobernador, presidente) llegan a una decena, lo que sin duda hace tedioso y desordenado cualquier debate.
De todos modos, no puede decirse que la inexistencia de un debate contribuya al desconocimiento de las ideas de un determinado candidato. Al votar, el electorado normalmente prescinde del prolijo programa que cada candidato presenta para los comicios, generalmente lleno de propuestas excelentes. Los electores se van formando una idea acerca de los candidatos, a lo largo de toda la carrera política de cada uno de ellos. Y esta idea es mucho más abarcadora que las propuestas formales que los candidatos realizan al momento de los comicios.
En otras palabras: aún sin debate, los electores saben qué significa cada candidato y qué es lo que puede esperarse de él.
Claro que en muchos temas, los candidatos buscan ser difusos en su propuesta, eligen ser ambiguos, de un modo deliberado. Probablemente consideran que, de ese modo, abarcan franjas más anchas del electorado pues cada uno de los votantes llena las omisiones con su propia convicción.
Otros candidatos, incluso, se cuidan muy bien de expresar aquellos puntos de vista o propuestas que saben pueden ser mal recibidas por los votantes. Saben que conviene proponer salidas fáciles a todos los problemas, anunciar que de ningún modo habrá padecimientos y que nos deslizaremos por un tobogán de seda, hacia la felicidad.
Y esto no puede ser corregido por debates o mediante algún modo alternativo, por ejemplo, cada candidato en rueda de prensa con periodistas especializados que lo acribillen con preguntas agudas. En ambos casos, lo hemos visto, el político que no quiere definirse, no lo hace.
La tenue esperanza que tenemos para que ocurra el milagro del debate es que tanto Scioli como Massa y Macri han prometido públicamente su disposición a debatir públicamente. El cumplimiento de esa palabra dependerá, seguramente, de su posición en las encuestas. Siempre se puede inventar algún pretexto para rectificar.