Sin números pero con certezas

Por Pablo Esteban Dávila

0 ilustra general bustos[dc]A[/dc]parentemente, el mágico oficio de encuestador ha caído en un súbito desprestigio. En las últimas elecciones (Mendoza y Santa Fe, por ejemplo) las predicciones no se han lucido por su exactitud. Esto tiene una explicación bastante básica: el que paga por mediciones electorales quiere que se publique lo que le conviene, aunque sea inexacto. Salvo que se trate de una investigación encargada por algún filántropo o por medios de prensa independientes –bastante renuentes, en los últimos tiempos, a meter la mano en sus bolsillos para financiarlas– es un hecho que la opinión pública se encuentra condenada a consumir sondeos previamente “filtrados” por sus dueños originales.
El caso de Córdoba no ha sido la excepción. Si bien no se publicaron todas las que se hubieron de analizarse en los mentideros políticos, existieron sí numerosas encuestas que fueron cincelando una imagen del resultado de la próxima elección para gobernador. Dado que la legislación electoral prohíbe publicarlas 10 días antes de la votación y hasta tres horas posteriores al cierre de los comicios (en el caso de las bocas de urnas), corresponde abstenerse de proporcionar cualquier dato al respecto; sin embargo, nada impide que se expresen las certezas que, razonablemente, presiden el análisis en este tramo final de la campaña.
La primera de ellas es que el ganador será Juan Schiaretti. La suya ha sido una campaña sin sobresaltos, convenientemente estructurada sobre la tercera gestión de José Manuel de la Sota (contra todo pronóstico, el mejor de sus tres períodos), la buena imagen del candidato y un adecuado manejo de su estrategia comunicacional. Presentarse junto a Martín Llaryora como “una fórmula de gobierno” no sólo fue un concepto asertivo sino que, jugando con los contrastes, dejó en cierto off side a los candidatos de la oposición.
La segunda refiere a que no queda tiempo para la aparición de un cisne negro. A menos que se verifique alguna catástrofe imposible de predecir, las cartas ya están prácticamente echadas. Es lo que hay. Existe una opinión general sobre que esta es una elección desdramatizada, sin amores ni odios. Algunos consideran (no es nuestro caso) en que se asemeja a un trámite del oficialismo, un extremo que –exageraciones al margen– verbaliza cierta sensación determinista que flota sobre el ambiente político.
La tercera es que la promesa electoral que llevaba implícita la Triple Alianza (la territorialidad de la UCR, el carisma de Luis Juez y las perspectivas del PRO) se fue diluyendo con el tiempo. Conspiraron contra ella sus propias contradicciones, nunca aventadas ni por Mauricio Macri ni por sus candidatos. La inocultable apatía de los radicales hacia la figura de Oscar Aguad, la mutua hostilidad entre Ramón Mestre y el senador Juez, la falta de un mensaje claro que comunicara su estrategia y la distancia que tomaron los intendentes respecto a la fórmula pactista constituyeron un combo que desmitificó el proyecto a poco de concretado. Por ahora, el único éxito verificable de Juntos por Córdoba ha sido el mero hecho de juntarse, por cierto, una módica satisfacción endogámica.
La cuarta tiene que ver con Eduardo Accastello, no obstante que a condición de que se cumplan dos supuestos previos. El primero, que supere el 20% de los votos; el segundo, que Daniel Scioli sea el presidente. Si esto ocurre, la certeza consiste en que estará llamado a jugar un importante papel en el relevo generacional que vivirá el justicialismo hacia 2019. No en vano Scioli le ha dedicado una buena cantidad de horas en las últimas semanas: es un hecho ya que lo considera su referente local. Tiene razones para pensar de tal modo. El villamariense es un dirigente lo suficientemente peronista como para intentar cooptar al díscolo peronismo cordobés y, al mismo tiempo, lo razonablemente kirchnerista como para contener al progresismo indisciplinado que tanto molesta. Estas razones hacen sospechar que la presente es, en realidad, el inicio de la campaña Accastello 2019 antes que un intento desesperado por lograr la gobernación el próximo 5 de julio.
La quinta es que Juez tiene razón al sugerir que él hubiera hecho cosas distintas de haber sido candidato. Aunque no lo diga abiertamente, cree que esto habría sido mucho más redituable que la insulsa campaña que lleva adelante la entente que integra. Al respecto, no hay dudas que su estrategia habría sido infinitamente más beligerante, pletórica de denuncias falsas y descalificaciones varias, pero que esto no necesariamente le habría asegurado mejor suerte, sin contar con que el radicalismo no lo hubiera secundado en modo alguno.
En cierto aspecto, el senador es un dinosaurio de la crisis del 2001, todavía enamorado de aquella energía antipolítica que ganó las calles y que encontraba corruptos en cualquier repartición. Todavía insiste con aquella fórmula que lo hizo famoso pero, lamentablemente para sus ambiciones, el concepto hace rato que perdió originalidad. Sin embargo, y afortunadamente para sus intereses de corto plazo, Macri lo premió con un nuevo período en el Senado cuando su futuro era bastante oscuro; esta es también una convicción que sobre lo que ocurrirá al final de la contienda.
Sin números pero con certezas; así se ingresa al tramo final de la campaña provincial. Sea forzados por la prohibición legal, sea porque la intuición señala un resultado previsible, el final no requiere de encuestadores cuestionados ni cifras tamizadas por ningún comando electoral. El gran interrogante estriba en saber cuánta será la diferencia entre los candidatos y si, como insinuó De la Sota, el segundo puesto traerá alguna sorpresa. Como se advierte, son dudas algo más sofisticadas que las que pudieron haber tenido, una semana atrás, el macrista Miguel Del Sel y el socialista Miguel Lifschitz.