La fantasía como sistema

Por Gonzalo Neidal

ilustra merkel  y kristina[dc]U[/dc]na de dos: o Cristina miente a sabiendas, despreocupada de las consecuencias que pueda acarrearle en materia de desprestigio político y merma de la credibilidad o la presidenta realmente cree en las cifras que propala acerca de la economía argentina.
Entre ambas posibilidades, la primera es la más deseable. Sin ninguna duda.
En efecto, la mentira es inherente a la política. Churchill decía que “en política la verdad es tan importante que siempre está custodiada por un ejército de mentiras”. Si queremos ser benévolos podríamos decir que los políticos mienten como producto de su optimismo, de su espíritu soñador, mienten en un exceso de su entusiasmo transformador que no siempre encuentra vías de realización ante la áspera realidad.
En el caso de Cristina, y siempre tratando de ser complacientes, podríamos decir que ella ha mentido las cifras de pobreza ante la FAO en razón de sus ansias de bronce cuando está a punto de abandonar la presidencia de la Nación, tras ocho años de ejercicio propio más cuatro años de vigencia del “modelo” a manos de su difunto esposo.
Desde 2002 Argentina ha vivido condiciones excepcionales en punto a los precios internacionales de los productos que exporta. Aunque ahora han menguado en una tercera parte desde los máximos alcanzados, aún son elevados respecto de cualquier comparación contra los precios del pasado.
Han sido más de una década de condiciones formidables para dar un salto económico que fuera perceptible a simple vista y que no pudiera ser desmentido por ninguna estadística. Pero no es esto lo que ha ocurrido. Pese al viento a favor, no se ha abierto siquiera la vía hacia una economía distinta a la que existía antes de la era dorada de las commodities.
Tenemos retraso cambiario, alta inflación, receso industrial, salarios atrasados, déficit fiscal, alto endeudamiento, escasez de divisas, conflicto con los acreedores y, además, los niveles de pobreza continúan altos, muy altos en relación con la prosperidad de estos años.
Se trata de un tema para estudiar y enfrentar, por supuesto: cómo ha sido que un país rico en alimentos y que vivió varios años de crecimiento económico, no pudo avanzar en un área tan sensible como la pobreza.
Al mejor estilo de los regímenes autoritarios (sean de izquierda o derecha), cuando la realidad no se acomoda a los deseos de quienes gobiernan, éstos manipulan las cifras y, si éstas tornan ridículas, entonces se las hace desaparecer.

El estigma de la pobreza
La manipulación de los índices de precios comenzó siendo una picardía de Néstor Kirchner para bajar el monto de intereses de una parte de la deuda pública refinanciada. Pero la maniobra terminó trastocando todas las cifras de la economía, a punto tal que no hay ninguna de ellas que resulte confiable.
Cuando las cifras se vuelven impresentables y no creíbles, lo mejor es dejar de publicarlas. Y esto ocurrió con los guarismos de la pobreza. Los argumentos usados por los ministros son cómicos. El ministro de economía dijo que publicar las cifras de la pobreza era “estigmatizar a los pobres”. El jefe de gabinete afirmó que “no es tarea del gobierno ponerse a contar la cantidad de pobres”.
Conociendo al gobierno, está claro que si hubiera obtenido algún logro para destacar en esa área, lo hubiera publicado con bombos y platillos y en cadena nacional. Sobre todo porque los pobres son el motivo principal de los desvelos del gobierno, al menos en el discurso.
Pero los funcionarios no temen al ridículo. Dicen cualquier cosa con completo desparpajo. Hacen afirmaciones desopilantes poniendo cara de estadistas, completamente ajenos a la repercusión pública de sus afirmaciones. Es imposible tener con ellos un debate serio sobre cualquier punto. Se expresan con eslóganes y apelan al fácil expediente de acusar de conspiradores o cipayos a quienes les haga notar la inconsistencia de lo que dicen.
Gobierno y oposición saben que no son los planes y subsidios los que disminuyen la cantidad de pobres sino la incorporación de capas crecientes de la población al trabajo y la producción. Pues bien, en 12 años de vigencia el modelo K no ha logrado grandes avances en este punto.
La pobreza, hay consenso entre los que la miden seriamente desde hace años, ronda el 25/30%. La cifra dada por la presidenta en la FAO la redujo a un risible 5%, guarismo que coloca a la Argentina por encima de países altamente desarrollados tales como Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Suiza o Finlandia, por sólo nombrar algunos. Tanto desvarío y frivolidad en el manejo de cifras de un tema tan sensible y delicado, nos habla de un gobierno que ha llegado a la cúspide del cinismo o bien a la cumbre misma de la irrealidad y la fantasía.
Mientras las cifras y la percepción popular van mostrando la permanencia y el resurgimiento incluso de algunos problemas crónicos de la economía argentina, el gobierno se empeña en redoblar el lenguaje nacionalista y patriotero contra los fondos buitres, otro de los graves problemas que hereda a quien lo suceda.
No es inevitable que los últimos tramos de un gobierno tengan ribetes grotescos.
Sólo se accede a ellos si existe el firme empeño de dibujar la realidad con trazos coloridos cuando los problemas se evidencian con fuerza creciente. Es decir, cuando el relato nos habla de un sol radiante y todos vamos percibiendo los vientos que preceden una tormenta.