Los trabajadores le paran al gobierno peronista

Por Daniel V. González

DYN40.JPG[dc]E[/dc]l gremialismo peronista, la “clase obrera organizada”, fue llamado en otro tiempo “la columna vertebral”. Era la “rama gremial”, uno de los pilares donde se asentaba el poder del peronismo. Los trabajadores eran el núcleo central de los llamados “sectores populares”, el corazón del pueblo votante del peronismo.
Pero el tejido social ha cambiado mucho en las últimas décadas. Y esto tiene que ver con el extremo pudor que muestran algunos ministros al momento de exhibir las verdaderas cifras de pobreza. Resulta insólito que el gobierno intente ocultar que sus éxitos han sido bastante módicos en este terreno, tras una década de recursos abundantes y de precios excepcionales para nuestros productos de exportación.
Los pobres, pero no tan solo ellos, sino también otros sectores de la población necesitan del aporte del Estado para pagar algunos de sus gastos más elementales, como el transporte urbano, la energía eléctrica, el gas, mantenidos a bajos precios en forma artificial, especialmente para los pobladores de la Capital Federal y el conurbano bonaerense.
Durante la última década el empleo privado ha aumentado un 22%. Cifra moderada si la comparamos con el 70% de aumento que registra el empleo público. El trabajo “en negro” se mantiene alrededor del 50% del empleo total. La pobreza está estimada en un 25%. Todas estas cifras son ominosas para el gobierno pues demostrarían con claridad el fracaso de una política económica destinada, en los papeles, a beneficiar a los sectores de menores ingresos, a los más postergados.
Es la insalvable contradicción que muestran los gobiernos populistas: carecen de políticas que puedan sacar de la pobreza, en forma permanente, a amplias franjas de la población. Ofrecen, en su reemplazo, una política que otrora fue transitoria pero que ahora se ha consolidado como estrategia central: el gobierno, con gran sensibilidad hacia los pobres, les provee recursos bajo la forma de subsidios, planes, apoyo, financiación, programas específicos. Ello permite que los beneficiarios identifiquen con toda claridad la vocación vindicatoria del gobierno, su “esfuerzo” por derivar fondos públicos hacia los postergados. Y eso regresa en votos, lo cual es ciertamente razonable. Un mecanismo elemental, un calco de lo ocurrido en Venezuela, con resultados a la vista.

Los que producen
Este año se cumplen 70 desde el 17 de octubre de 1945, fecha fundacional del peronismo. Ya nada parece quedar de aquella configuración social inicial. La voluntad industrialista de la posguerra, liderada por el Ejército nacionalista, estaba a tono con la época. En un tiempo belicoso, en el que muchos vislumbraban la cercanía de una tercera conflagración mundial, parecía natural que las FF.AA. tuvieran una intensa vocación industrialista (de ahí derivaba el poder militar) y se pusieran al frente de procesos industrialistas centrados en el Estado y el mercado interno.
Los trabajadores formaban parte de ese conglomerado social pro-industria, junto a un puñado de empresarios nacionales. Protección arancelaria, créditos baratos, altos salarios y diversos estímulos a la producción industrial configuraron una política exitosa durante algunos años dorados. En su segundo gobierno Perón ajustó los desfases de los primeros años pero sin perder de vista el objetivo productivo e industrial. Convocó al capital extranjero para la producción de automotores y la extracción de petróleo, intentó restablecer relaciones con los EE.UU., instó a un aumento de la productividad, etcétera.
Los trabajadores, entonces, formaban parte de un vasto intento de industrialización que, al cabo, no resultó completamente exitoso pero que los incluía como protagonistas y sostén caudaloso del gobierno.
La voluntad industrialista de Perón podría ser sintetizada por la presencia del industrial Miguel Miranda entre sus colaboradores económicos inmediatos. Un personaje ciertamente distinto al joven profesor de economía Axel Kicillof, propietario apenas de un par de obsesiones keynesianas.

El negocio de la pobreza
El gobierno de Cristina Kirchner se lleva mal con los que producen. Está peleado con el campo, fuente del grueso de las divisas que llegan al país, sector que habita la cúspide de la eficiencia planetaria. Está enfrentado con los grandes empresarios de la industria. Apenas mantiene una amable relación con los amigos, largamente beneficiados por los dineros públicos en todos estos años.
Y ahora ha añadido a los trabajadores, empleados y obreros formales de todos los rubros por su tozudez de someterlos, por la vía de la inflación, a la exacción creciente de sus ingresos a través de las distorsiones del impuesto a las ganancias.
Porque está claro que no se trata de un aumento genuino y real en los sueldos lo que está penalizando el gobierno a través de las retenciones a los salarios más elevados. No: se trata de una perversión proveniente de un aumento ficticio en la carga impositiva, provocado principalmente por la inflación.
Pero si Cristina puede darse el lujo de pelearse con los sindicatos es porque, en materia de votos, su peso cuenta poco al momento de las elecciones. Los votos de Cristina, con el tiempo, se han ido circunscribiendo al ancho espectro de informales, desocupados, trabajadores que viven de changas, pobres que se nutren de los planes oficiales, etc. Un espectro distinto al del peronismo fundacional.
La izquierda progre cree haber descubierto una fórmula mágica: discurso de izquierda desde el poder, verba inflamada contra “los ricos”, subsidios y planes sociales. Los resultados son conocidos: éxito electoral pero progresiva destrucción de áreas sensibles de la economía nacional. Ahí está Venezuela como espejo que adelanta. Y hacia ahí se dirige Argentina si no se cambia el rumbo.
La disconformidad con Cristina es de los que producen, que son los que deben soportar crecientemente la carga impositiva de su proyecto político “pobrista” que, por otra parte, está condenado al fracaso.