La caza del voto progre

Por Martín De Simone
Politólogo

1283400178398_hz-myalibaba-web6_6016[dc]E[/dc]l politólogo Pierre Ostiguy, viene sosteniendo desde hace años en diferentes artículos académicos que el sistema de partidos argentino se estructura en un espacio bi-dimensional, en el cual al clásico eje izquierda-derecha, se le agrega otro que divide entre lo alto y lo bajo en la política argentina. Esta división es explicada a través de dos dimensiones: la socio-cultural y la político-cultural, que implican disímiles modos de ser y de actuar en política. Según la primera, aquellos que se ubican en el extremo “high” se comportan en público con una actitud más bien rígida y pulida, mientras que los que se hallan en el extremo “low” adoptan una actitud más tosca, desinhibida y asociada a la cultura popular. De acuerdo a la segunda, quienes se encuentran en lo alto se expresan a favor de la toma de decisiones mediada a través de instituciones, con una visión impersonal de la autoridad, procedimentalista y legalista. En cambio, quienes se ubican en el extremo bajo, defienden la autoridad personal y los fuertes liderazgos. La distinción entre lo alto y lo bajo se vincula con los distintos modos de relacionarse con la gente y de tomar decisiones, y cambiar de posición en este eje de manera creíble es mucho más difícil para un actor que alternar entre la izquierda y la derecha. En general, el peronismo suele ubicarse del centro hacia abajo del eje, mientras que el anti-peronismo del eje hacia arriba. Es importante resaltar que no debe entenderse a los extremos de este eje en términos valorativos, pues a priori, estar en lo alto no es ni mejor ni peor que estar en lo bajo, son simplemente modos diferentes de apelar a la ciudadanía y de actuar en política. El reciente acuerdo entre la UCR y el PRO puede ser entendido a través de estas categorías analíticas.
Desde 2013, la UCR integraba el Frente Amplio UNEN, una alianza que podía considerarse de centro izquierda. En ese sentido, la coalición poseía una ventaja comparativa importante para las elecciones presidenciales de 2015, o al menos un rasgo distintivo, puesto que los otros grandes candidatos –Massa, Macri y Scioli- ya se ubicaban más en la centro-derecha del espectro ideológico. De esta manera, UNEN contaba con la peculiaridad de conglomerar a una multiplicidad de fuerzas progresistas que claramente se erigían como una alternativa frente a las propuestas del peronismo y del PRO y que podían explotar el eje izquierda-derecha para adquirir un lugar competitivo en la contienda presidencial.
Sin embargo, con el paso del tiempo la alianza comenzó a debilitarse, y a nivel provincial referentes radicales comenzaron a enhebrar acuerdos con Massa o con Macri, de cara a las elecciones de 2015. Tanto el líder del Frente Renovador como el Jefe de Gobierno porteño entendieron que para incrementar sus chances presidenciales debían expandir su potencial, y la estructura partidaria de la UCR se transformó en un palmario blanco al que apuntar.
Ante la desintegración de UNEN y la pérdida de la oportunidad de instalar un candidato con fuertes chances por parte del UCR, la Convención Nacional no se basó más que en replicar para las elecciones presidenciales lo que ya venía produciéndose en las estrategias político-electorales a nivel provincial. En este sentido, las opciones eran dos: jugar con Massa o con Macri. Mientras que actores como Gerardo Morales proponían una alianza con el líder tigrense, figuras como Ernesto Sanz optaban por un acuerdo con el PRO.
La UCR es usualmente concebida como una fuerza de centro izquierda –aunque con gran diversidad interna- y ubicada en lo alto del eje alto-bajo, por lo que una alianza con Massa no resultaba viable para explotar ninguno de los dos ejes de la política argentina: Massa se posicionó con un discurso fundamentalmente de derecha y, al ser peronista, se ubica más bien del centro hacia abajo en el eje presentado por Ostiguy –aunque con una clara tendencia a inclinarse hacia el centro. Por el contrario, Macri, si bien también de centro derecha, se encuentra ubicado en el pináculo del eje high-low, al menos en términos discursivos.
Entonces, ante el declive de UNEN y, concomitantemente, de la posibilidad de explotar el eje izquierda-derecha para la UCR, este partido optó por aliarse con el PRO y, dejando de lado la división más clásica, apelar al electorado a través de la explotación del clivaje alto-bajo. Esta escisión es también plasmada en los discursos en los que se intenta plantear la disyuntiva entre “república o populismo” o “peronismo o antiperonismo”. En efecto, en cualquier elección, si bien existen divisiones pre-existentes en el electorado, las campañas eligen explotar ciertos clivajes por sobre otros y, en este caso, la UCR prefirió apelar al cisma entre lo alto y lo bajo, sobre todo luego de la imposibilidad de presentar una alternativa alta de izquierda, ante la disolución de UNEN. Si bien el acuerdo era difícil de comprender con las categorías clásicas de izquierda y derecha, su exégesis puede resultar más esclarecedora recurriendo al eje alto-bajo.
Por supuesto, la estrategia de la UCR es meramente electoral, y en el caso de una victoria, la alianza electoral deberá plasmarse en cierta coalición de gobierno cuya conformación y potencial estabilidad o inestabilidad será de gran importancia para el rumbo del país. Pero más allá de eso, me interesa plantear que tanto la disolución de UNEN como la flamante decisión de la UCR, han generado un vacío de representación para los votantes más fuertemente identificados con el ala progresista de la UCR, así como para otros votantes de partidos de centro izquierda. Si bien ese vacío podrá ser llenado circunstancialmente en las elecciones primarias o en la primera ronda por algún candidato –muy probablemente, por Margarita Stolbizer, ante la retirada de Binner- lo que me interesa resaltar es que ese caudal de votantes será crucial a la hora de definir un eventual ballotage. Seguramente no se tratará de una gran porción del electorado, más bien de un relativamente pequeño conjunto de electores concentrados en las grandes zonas urbanas del país. Sin embargo, su importancia no radica en su magnitud, sino en su potencial capacidad para desempatar una posible elección sumamente reñida, inclinando la balanza para un lado o para otro. Con altos niveles de competencia, el valor del voto marginal de este grupo se tornará muy elevado.
A este sector de la sociedad identificado con un progresismo high seguramente se le adicionen los votantes kirchneristas más identificados con las ideas de centro izquierda, principalmente en el caso de que Scioli sea el candidato triunfante por el Frente para la Victoria en las elecciones primarias.
Una muy probable segunda vuelta entre dos candidatos inclinados hacia la derecha –ya sea se trate de dos low o un high y un low- tendrá como principal contienda la captura de los votos progresistas, incluyendo a aquellos de la “UCR desencantada” y del kirchnerismo más izquierdista. Quién podrá cautivarlos es hasta ahora impredecible, sobre todo en un escenario altamente volátil como el actual. Pero quizá en esa incertidumbre radica el inherente atractivo de la política. Después de todo, más allá de las conjeturas, al decir de Edward George Bulwer-Lytton, muchas veces el destino se ríe de las probabilidades.