El nombre de la discordia en la Alianza: Luis Juez

Por Pablo Esteban Dávila

DYN002.JPG[dc]L[/dc]as idas y vueltas de la triple alianza entre la UCR, el PRO y el Frente Cívico en Córdoba podrían llenar cientos de páginas de una novela de intrigas. A pesar que los principales referentes partidarios juran que no hay cosa que deseen más en el mundo que aquello, la foto de la entente todavía no se publica. Y, la verdad sea dicha, está tardando una eternidad.
¿Cuál es la razón de esta demora? La respuesta es fácil y se resume en dos palabras: Luis Juez. Para entender el fenómeno, basta con realizar un simple ejercicio contrafáctico: ¿qué sucedería si el senador del Frente Cívico no estuviera involucrado en las conversaciones? Nadie dudaría en afirmar que esta alianza hace rato que estaría bendecida, firmada y en campaña.
Si esto es así, la solución definitiva para alcanzar rápidamente un arreglo sería marginar definitivamente a Juez de las conversaciones. En soledad, la UCR y el PRO no demorarían más que un par de semanas en cerrar los temas pendientes y sonreír para las cámaras. Sin embargo, esto no ocurre. Por el contrario, los implicados sostienen en público su vocación inquebrantable por llegar a un entendimiento que, paradójicamente, incluya a la verdadera razón del desacuerdo.
Pero lo que se afirma públicamente no es lo que se dice en privado. Puertas adentro, los socios principales maldicen por tener que acordar con el senador. Los radicales tienen sus razones: Juez los maltrata desde hace años, con la gratuidad con que suelen hacerlo los irresponsables. Además, Ramón Mestre (el verdadero hombre fuerte del partido) ha sido blanco de sus ligeras denuncias penales, las mismas con las que ha obsequiado, desde 2003, a tantos otros sin jamás probar ninguna.
En el PRO las dudas también se multiplican. Muchos de los recién llegados, encandilados por la figura de Mauricio Macri, no entienden qué podría hacer Juez dentro del partido amarillo. Para ellos, las disonancias entre uno y otro personaje son tan evidentes que la posibilidad de estar reunidos bajo el mismo techo suena casi a ciencia ficción. Pero para la UCEDE, los socios originarios del macrismo y en cuya sede funciona la UNIÓN – PRO, la perspectiva es la de una horrible pesadilla. Los liberales no olvidan que fue Juez quien se dedicó, durante buena parte de su gestión municipal, a buscar las irregularidades más rocambolescas con el declarado propósito de meter preso a Germán Kammerath. ¿Habrían de comerse semejante sapo por su histórica lealtad al jefe de gobierno porteño? Todavía no se sabe a ciencia cierta.
Por supuesto que los operadores del PRO, especialmente los que bajan desde Buenos Aires, desdeñan estas prevenciones. Para ellos Juez mide razonablemente en las encuestas, y eso es lo único que vale. Una vez en el gobierno, imaginan, todas las heridas que produjeron los agravios juecistas durante la última década serán convenientemente cicatrizadas. Pero ocurre que, al menos por ahora, no terminan de advertir que el senador no tiene capacidad alguna para trasvasar votos a quienes podrían ser sus vicarios en las listas provinciales. Esto quiere decir que, si Juez no es el candidato a gobernador (debe siempre tenerse en cuenta que las elecciones provinciales estarán desdobladas de las nacionales) sus electores probablemente no lo acompañen. Se pudo ver este fenómeno en las últimas legislativas, cuando su candidato a diputado nacional (“Martínez es Juez”, decía la publicidad) arañó apenas el 3%.
¿Cuánto aportaría Juez a una fórmula que no lo tuviera de candidato? Y, lo que es todavía más importante, ¿cuánto restaría su “apoyo” a semejante oferta electoral? Es un hecho que muchos de los potenciales votantes del PRO y la UCR le darían la espalda a una alianza integrada también por el juecismo. Porque, y más allá de su discutible biografía política, es lógico que se tengan en cuenta los bizarros antecedentes del senador en materia de gobernabilidad. Además, no podría soslayarse que, cuando tuvo que gobernar, lo hizo mal y que, cuando tuvo que apoyar a otros dirigentes surgidos de sus filas, no sólo que se abstuvo de hacerlo sino que, incluso, se transformó en su más feroz enemigo. Para cierta opinión pública, no es neutro en absoluto que el senador integre un proyecto pretendidamente renovador.
Por el momento, el radicalismo muestra los dientes con delicadeza. Desoye la solución ideada por el PRO para salir del atolladero (una encuesta imparcial sobre las intenciones de voto) e insiste con que hay que seguir dialogando todo lo que sea necesario, a condición que sea un radical el candidato a gobernador. El destinatario del mensaje es, únicamente, Luis Juez. Cuando el argumento se invierte surge la verdadera tesis: la UCR de ninguna manera secundará al senador, por más que Macri se los pida. La llave de todo, finalmente, se encuentra en manos del origen de la discordia.
¿Aceptaría Juez otra cosa que no sea la gobernación? Todo indica que está desesperado por hacerlo, a punto tal que proclama temerariamente por radio y televisión su compromiso político con el jefe de gobierno porteño. Entrelíneas, y por el momento, el mensaje es que será lo que Macri le pida que sea, así como estuvo dispuesto a ser lo que Néstor Kirchner le pidiera o acompañar el destino de Hermes Binner hasta las últimas consecuencias. Como le gusta afirmar sobre sí mismo, es un hombre consecuente, al menos, en el cambiante mundo de los apoyos políticos.
Sin Juez no habría problemas, esta es única verdad. Pero allí está, en el medio del ring, y nadie se anima a pedirle que se baje porque, cada uno a su modo, hace cálculos pensando en que Macri será el próximo presidente. No es posible imaginar ningún gesto que contradiga aquella ilusión. No hay dudas que, quién logre la alquimia que permita ingresar al senador a un acuerdo en contra de la voluntad del resto de sus socios, será un serio candidato al premio Nobel de la Paz.