Museo sinfónico

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

ilustra rick wakeman[dc]C[/dc]uando Rick Wakeman desembarcó con su arsenal de teclados en el Luna Park, el 20 de septiembre de 1981, todavía gozaban él y su estilo de un prestigio internacional que muy pronto iba entrar en franca decadencia. A esa altura, el rock sinfónico llevaba más de una década de reinado en las cumbres de la música contemporánea; diez años durante los cuales sus intérpretes parecían rodeados de un aura de superioridad que los ponía por encima de los simples mortales que subían a un escenario a aporrear un instrumento.
Justamente como respuesta a ese regodeo en la complejidad sonora y el virtuosismo, había surgido a mediados de los años setenta el movimiento punk, que promovía un regreso a lo primitivo y elevaba a la categoría de ídolos a simples jovencitos con una formación artística menos que precaria. Esa revuelta había herido gravemente al rock progresivo. Le había minado su base de sustentación y había puesto en ridículo su pompa y su circunstancia, con argumentos que parecían no dejar lugar a dudas.
Sin embargo, algunos de los referentes de esa aventura sinfónica persistían en su propósito, tratando de hacerse escuchar entre el tumulto de la punkitud, cuyo estruendo apenas si dejaba espacio para la música disco. Uno de los que no cejó en su empeño fue, precisamente, Rick Wakeman, célebre miembro de la banda británica Yes, que planteó pausas en su trabajo como tecladista del grupo para desahogar sus ínfulas creativas en carácter de solista, a través de obras conceptuales de descabelladas pretensiones.
Como la dictadura militar argentina había cerrado el paso de las fronteras nacionales a la invasión punk, hacia 1981 por aquí se conocía poco y nada de ese género, lo que garantizaba algo de sobrevida a ese rock sinfónico que agonizaba en otras latitudes. Por eso el arribo de Rick Wakeman a Buenos Aires fue saludado como si se tratara de la visita de un monarca extranjero, que distinguía a nuestro territorio accediendo a deleitarnos con su concierto.
Tras el aluvión punk, lo que desterraría para siempre al sonido progresivo sería la denominada “new wave”, una movida mucho menos visceral que el punk pero que contó con una efectividad comercial a toda prueba. Bandas como The Police o Dire Straits se apropiaron de las preferencias del público y sus instrumentistas fueron votados como favoritos en las encuestas, desplazando de ese sitial a algunos integrantes de grupos como Yes, Genesis o Eemerson, Lake & Palmer que parecían abonados a ese privilegio.
Cuando en 1980 se produjo el ingreso a Yes de Trevor Horn y Geoffrey Downes, líderes de la formación australiana de new wave The Buggles, podría decirse que todo el edificio sinfónico se resquebrajó y empezó a derrumbarse. Haciendo oídos sordos a esa caída estrepitosa, Rick Wakeman siguió apostando a los viejos esquemas y recaló en septiembre de 1981 en el Luna Park, como exponente de una raza musical que había sido dominante desde finales de los años sesenta y que estaba llegando al final de su mandato.
Ahora, a 33 años de aquello, Wakeman se encuentra otra vez en Buenos Aires para una trilogía de conciertos en el teatro Gran Rex, donde desplegará completas aquellas composiciones conceptuales que le dieron relevancia internacional. Por mucho empeño que ponga en aggionar esas canciones, este nuevo periplo suyo se parece bastante a una puesta museística en la que se puede apreciar cómo sonaba aquella música que alguna vez impuso su poder sobre la faz de la tierra, hasta que un cambio climático la ubico al borde de la extinción definitiva.