Se despeja una incógnita, se abren nuevas

Por Pablo Esteban Dávila

1-slide-copia2[dc]E[/dc]l viernes pasado, ante 4.000 atentos comensales en el pabellón verde de Feriar, José Manuel de la Sota se ocupó prolijamente de despejar una incógnita que mantenía en vilo a la política provincial. Entre aplausos y vítores, el gobernador afirmó, finalmente, que será candidato a presidente de la Nación. Pidió el apoyo de toda la dirigencia y, en forma ecuánime, prometió que quien represente al peronismo en Córdoba será aquél que garantice la victoria y la unidad partidaria, dos condiciones de complejo cumplimiento. Por las dudas (y exorcizando potenciales temores) dijo que “será gobernador hasta el último día”.
No es una novedad que muchos estaban seguros de esta definición, pero el momento se hacía esperar. Ahora, y ya con las cartas sobre la mesa, los aspirantes a sucederlo comenzarán a preparar sus propias estrategias. En el peronismo hay varios interesados. Desde el exgobernador Juan Schiaretti hasta el ministro Martín Yaryora, con el interrogante de Eduardo Accastello. En la oposición, aunque con menos dirigentes formalmente lanzados, el anuncio servirá de catalizador a sus ambiciones inmediatas. El intendente Ramón Mestre, por ejemplo, podría reconsiderar su futuro a la luz del nuevo escenario. Una cosa es enfrentar al histórico caudillo peronista y otra muy distinta –supone–a Schiaretti o nuevos referentes del peronismo cordobés.
Pero la incógnita que se acaba de develar deriva en muchas otras, especialmente para el propio De la Sota. Aunque, en abstracto, podría suponerse que es el candidato mejor dotado para aspirar a la Casa Rosada (ideológicamente es un dirigente muy formado, tiene gran oratoria, mucha experiencia de gobierno y roce internacional) la opinión pública no parece registrarlo en debida forma dentro de su radar electoral. Según todos los sondeos, el gobernador no logra perforar el cinco por ciento de la intención de voto nacional, un dato que lo aleja –de momento– de la gran discusión por la sucesión de Cristina Fernández.
Este no es, por cierto, un punto de partida auspicioso, aunque no debería suponerse que el dato resulta desconocido para el flamante candidato. Si algo caracteriza a De la Sota es su inveterada capacidad para hacerle frente a la adversidad política y porfiarle a los pronósticos más sombríos. No obstante, la realidad es la que es, y mal haría cualquier protagonista en negarla. Uno puede pensar que el gobernador hará todo lo que los manuales indican para posicionarse y ganar terreno a sus competidores, pero también es lícito suponer que tal esfuerzo probablemente no le alcance. Frente a tal posibilidad la pregunta es inevitable: ¿existe algún plan B a sus hoy distantes objetivos presidenciales y clausurada –como lo ha sido– su continuidad provincial?
Es indudable que, a nivel nacional, existe un triunvirato fuertemente consolidado. Entre Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli se reparten, con algunas variaciones, respectivos cuartos del electorado. El resto (incluido De la Sota) comparte el 25% remanente. Pero, y no obstante su liderazgo, aquellos poseen una característica distintiva, que no es otra que pertenecer al mismo espacio territorial. No importa que Macri sea porteño y que Massa y Scioli sean, formalmente, bonaerenses; para el resto del país, forman parte del conglomerado mítico genéricamente denominado “Buenos Aires”, aquella porción del país que monopoliza, desde hace más de diez años, las grandes decisiones nacionales.
Una monocromía semejante abre oportunidades a la audacia creativa. De una manera muy concreta, este triunvirato es un emergente del centralismo kirchnerista, que supo crear una falsa conciencia –de alcance general– respecto a que los asuntos del gran Buenos Aires eran, en última instancia, los temas fundamentales de la Argentina. Nunca como en la actualidad las cuestiones públicas se han circunscripto a tan pocos kilómetros cuadrados del país, una estrechez geográfica que ha modelado la morfología política de sus sucesores más probables.
Esta realidad, por supuesto, debería cuestionar las fibras más profundas del federalismo argentino; sin embargo, esto no ha ocurrido aún. En los últimos tiempos, y por cuestiones que exceden este análisis, la gran mayoría de los gobernadores e intendentes sacrificaron, voluntariamente, sus puntos de vista ante el altar de la billetera K. Este artículo de marroquinería fue previamente abultado (vale recordarlo) por la pasividad con que aquellos aceptaron la previa e inédita transferencia de recursos provinciales hacia la Nación, una sangría siempre aceptada bajo el pretexto de crisis varias o la recuperación de diferentes “soberanías”, tan ficticias como opinables.
Uno de los pocos que acertó a señalar la perversidad de este nuevo orden de cosas ha sido De la Sota, un poco por convicción y otro tanto por necesidad. Privado de elementales auxilios financieros y víctima de caprichosos incumplimientos por parte de la Casa Rosada, el cordobés fue uno de los primeros dirigentes territoriales de talla en plantar cara a la presidente. Como esta rebeldía excedió los reclamos estrictamente crematísticos y se enancó sobre cuestiones ideológicas y programáticas, su figura pasó a encarnar a los peronistas de tierra adentro que protestaban con la usurpación de las banderas justicialistas por parte del kirchnerismo. Quizá el mayor activo con que cuente el gobernador en la actualidad sea el de ser el presidenciable que mejor exprese los cuestionamientos a las distorsiones introducidas por el gobierno al federalismo argentino.
Esta particularidad hace que, en potencia y en forma contraria a sus intereses más inmediatos, De la Sota sea un potencial complemento para cualquier de aquellos triunviros, capaz de compensar convincentemente aquel centralismo monocorde. Es un hecho que, así como no existe aún un presidenciable que se haya cortado solo, el gobernador podría ser –como piso de sus expectativas– el vicepresidente más claro, el N° 1 de entre los posibles.
Sin embargo, es muy poco probable que el flamante candidato acepte que esta alternativa sea viable. En todo caso, sería muy prematuro que la contemplase en forma explícita, esto sin contar que no está claro quién de aquellos lo aceptaría dentro de su esquema de poder. Scioli, por caso, parece no estar dispuesto a romper con el Frente para la Victoria (una resolución que, en forma hipotética, De la Sota le requeriría como condición para secundarlo), mientras que Macri parece más interesado en nominar a un radical antes que alguien proveniente del justicialismo. Puede que Massa sea quien, culturalmente, se muestre proclive a contemplar esta posibilidad, pero también puede que el cordobés decida acompañarlo sólo si las encuestas permanecen inalteradas hacia mediados del año próximo, no antes.
Se despeja una incógnita, se abren otras. Así es la política, un juego que De la Sota sabe practicar con los ojos cerrados. Lanzado a la presidencia, tiene delante suyo meses cruciales para ganar un terreno que, por ahora, le ha sido negado. Le sobra astucia y ambición y, a diferencia de otros candidatos, tiene cuentas pendientes muy serias con Cristina y su gabinete. Durante su tercer mandato la provincia ha sido ninguneada como nunca antes y, si ha logrado sobrevivir, lo ha sido sólo por una determinación de hierro y a costa de una mayor presión impositiva sobre los cordobeses. No hay dudas que intentará conseguir sus propósitos a como dé lugar pero, al mismo tiempo, tampoco se pone en tela de juicio que llegará el inexorable momento de decidir si la suya es una candidatura efectiva o si habrá sido un tanteo a escala nacional sobre cuantas posibilidades podría haber tenido. De momento, su aparición formal en el escenario nacional operará como una fuente de atracción gravitacional que alterará, de un modo más o menos notable, el decurso de otros planetas políticos. Como buen realista que es, De la Sota sabrá leer, llegado el momento, cuál de los caminos que se le abrirán en el futuro próximo le convendrá tomar.