Por Pablo Esteban Dávila
[dc]O[/dc]scar Aguad parece decidido a concretar sus sueños aliancistas a toda cosa. Después del triunfo del PRO y la UCR en Marcos Juárez, el diputado nacional se congratula de haber sido el primero dentro del radicalismo en haber hablado de los réditos que podría traer un entendimiento de largo plazo con Mauricio Macri. Al principio, casi que estuvo en soledad con tal prédica; sin embargo, y con el correr del tiempo, son cada vez más quienes que lo acompañan esta visión. Hasta Mario Negri, el previsible impugnante ideológico del entendimiento, se ha llamado a silencio; por primera vez desde la muerte de Ramón Mestre en 2003, parece surgir una luz a través de las hendijas de las puertas del poder, hasta ahora bajo la tenaz férula de Unión por Córdoba .
Por el lado del PRO casi que no existe nadie que se resista a un pacto de esta naturaleza. A despecho de lo que podrían haber pensado los dirigentes locales de la fuerza amarilla, el propio Macri había ordenado, desde la ciudad – Estado de Buenos Aires, que nadie se resistiera a un compromiso con el radicalismo.
La instrucción fue acatada de buen grado, habida cuenta que una alianza semejante acortaría sensiblemente el camino a recorrer para llegar al gobierno provincial. Javier Pretto, el presidente del partido a nivel provincial y un ex UCEDE, sabe mejor que nadie lo difícil que puede resultar para una tercera fuerza acceder a este premio en el corto plazo.
El intendente Ramón Javier Mestre, el verdadero hombre fuerte de la UCR, también ha bendecido esta posibilidad. Con la excusa de aprender de la experiencia porteña del metro bus, ha intensificado sus contactos con Macri y sus equipos técnicos casi a niveles de una consultoría. Ninguno de los dos oculta su buena sintonía, un hecho que lo acerca en forma oblicua al propio Aguad, un correligionario que no se caracteriza por secundarlo a lo que haya lugar.
Con este telón de fondo, bien podría suponerse que el próximo año la entente macrista – radical debería hacer su debut formal en el territorio provincial en forma pacífica, y que sólo estaría pendiente la concreción de las formalidades correspondientes. Sin embargo, subsiste una piedra en el zapato sobre la que todavía no hay una posición unánime entre los coaligados.
Se trata de Luis Juez, el aliado incómodo. En verdad, y si por el senador fuera, hace rato que habría firmado los papeles que certificaran su unión civil con el PRO y la UCR. Como día tras día ve difuminarse la influencia y el poder que supo tener, está dispuesto a detener esta sangría a como dé lugar, inclusive pactando con quienes denostaba no hace mucho tiempo atrás. Pacientemente, y en forma subrepticia, ha estado preparando un camino que pueda conducirlo hacia los brazos de Macri y de Aguad, los visionarios fogoneros de la alianza.
Es un hecho para cualquiera que está haciendo los deberes necesarios para ello. El viernes pasado, el propio jefe de gobierno confesó que Juez en persona le había pedido disculpas por haberle dicho cosas tan poco elegantes como que era “un pelotudo”, “un chico rico (que) no laburó nunca”, “un aprovechador que en forma sobreactuada defiende al Grupo Clarín” o “un tipo que cree que la pobreza es algo normal, natural, que necesariamente tiene que existir”, cuestiones todas que lo habían llevado a afirmar que con el porteño “no tenía nada” y con quién tampoco tenía “ninguna coincidencia personal, ética, ideológica”. Este acto de contrición fue del agrado de Macri – como es humano que ocurra – pero, fiel a su estilo de frugalidad conceptual, puede que no haya sido suficiente como para convencerlo, todavía, de la conveniencia de contar con el jefe del “fin del choreo” entre sus comandantes electorales.
No existe similar cautela de parte de Aguad. Decididamente quiere al senador dentro del acuerdo. Transformado en un titán del realismo político, el diputado nacional está dispuesto a tragarse los sapos que hicieran falta para destronar al delasotismo. Considera que este es una especie de imperativo kantiano que lo exime de analizar las minucias de la reciente historia política, aquella que cuenta de cómo Juez maltrató y denigró al radicalismo cuando algunos de sus dirigentes se opusieron a cualquier tipo de conversación con él.
Bueno es recordar que uno de los que capitaneó aquella resistencia fue el propio Mestre, una obstinación que profundizó en los casi tres años que lleva al frente del Palacio 6 de Julio. Razones para le faltaron para insistir en la porfía. Juez lo ha denunciado penalmente por diferentes hechos y, fiel a su estilo, lo ha señalado como otro de los epígonos de la corrupción, casi al nivel del detestado José Manuel de la Sota. El “no” de Mestre a un acuerdo con Juez es categórico y no parece que fuera a revertirse. Sólo un comité central radical podría forzarlo a aceptar esta estrategia (estos muchachos son orgánicos), pero el cuerpo se encuentra dominado por sus hombres; además, es difícil de pensar que el radicalismo pudiera llegar a forzar un cisma por culpa del personaje.
Fuera de la UCR también existen dirigentes que tampoco aceptarían bajo ningún punto de vista la inclusión del juecismo en una alianza con el PRO. Se trata de las autoridades de la UCEDE que, voluntariamente recluidas a un segundo plano, no están dispuestas a aceptar mansamente que una persona a quién sindican como un profesional de la mentira que tanto daño les ha hecho, termine militando en el mismo espacio político. El PRO, vale recordarlo, funciona sin inconvenientes en la sede de la UCEDE cordobesa y muchos de sus actuales dirigentes provienen de aquél partido. Entre ambas fuerzas existe un acuerdo que data de mediados de 2013, siendo su actual relación un modelo de coexistencia. Pero, aparentemente, Juez es un límite moral que no puede ser cruzado, a riesgo de generar un áspero debate. Como dentro del macrismo el tema aún no ha sido incluido orgánicamente en el orden del día, las aguas están quietas; no obstante, no deberían descartarse importantes turbulencias si el asunto llegara a prosperar.
Queda para el final, más allá de estas resistencias, una cuestión que debería ser caracterizada como estructural y que podría ser resumida en una pregunta solitaria: ¿cómo se comportaría el propio Juez en un hipotético gobierno de coalición con el PRO y la UCR? No se tilde la inquietud como maliciosa futurología, toda vez que los antecedentes no lo ayudan en absoluto. En rigor, el senador ha sido una máquina de expulsar dirigentes y aliados en la última década. Desde Oscar “Pichi” Campana hasta Daniel Giacomino, han sido numerosos los dirigentes que lo han abandonado, casi siempre en medio de polémicas amargas y sumergidos en desagradables cuestiones personales. En privado, muchos de los que aún continúan a su lado manifiestan lo imposible que resulta lidiar con él y la desconfianza que les producen sus maniobras. Además, la pericia para armar estructuras perdurables no parece ser su fuerte. El Frente Cívico todavía no se ha emancipado de su tutela (del mismo modo que tampoco lo hizo el Partido Nuevo) y la democracia interna continúa sin aparecer. Para colmo de males, tampoco el hombre puede exhibir demasiados pergaminos en la gestión pública, toda vez que muchos de los graves inconvenientes que padece hoy la ciudad de Córdoba tienen la impronta de su período como intendente.
Definitivamente el historial de Juez invita a suponer que, dentro de un gobierno con aliados tan lejanos a sus modales e ideas como los radicales y los macristas, su comportamiento haría estallar cualquier gabinete a poco de iniciada la gestión. Cuesta imaginar cual es el encanto que, con estos interrogantes a la vista, esta opción tiene para Aguad, toda vez que sus potenciales beneficios quedarían automáticamente clausurados por la acritud del debate que sobrevendría con Mestre y los miembros de la UCEDE, amén de los peligros que entrañaría cogobernar con alguien políticamente tan inestable. Tal vez Macri, mucho más conocedor de los entretelones cordobeses de lo que podrían presagias sus modos tan centralistas, termine dirimiendo sabiamente la cuestión, enviando al freezer el súbito cariño que, recientemente, Luis Juez le ha prodigado. Sería un modo elegante de enterrar un futuro problema para cualquiera que desee conducir la provincia y vivir para contarlo.