Historias de amor y poder: Camila O`Gorman & Uladislao Gutiérrez

ladislao gutierrez 001[dc]H[/dc]ace ciento cincuenta años, el centro de la Gran Aldea que ahora es Buenos Aires no era más grande que un puño.Por el sur llegaba hasta la que hoy es la calle Independencia, por el norte hasta las barrancas empinadas de Juncal,por el oeste hasta la actual Carlos Pellegrini, y por el este hasta el río, donde estaba el paseo de la Alameda.
Gobernaba Juan Manuel de Rosas, y mientras los unitarios bombardeaban al régimen desde los diarios deMontevideo y Sarmiento lo hacía desde Santiago de Chile, la escuadra franco-británica bloqueaba el puerto deBuenos Aires y Lavalle hostigaba al gobierno de la Confederación entrando y saliendo a voluntad de su territorio.
Fue en ese país en construcción, en esa pequeña ciudadasediada, donde nació la trágica novela de amor que vivieron hasta morir fusilados Camila O’Gormann y Uladislao Gutiérrez.
La historia que protagonizaron, vista a la distancia de un siglo y medio, fue una historia de final inevitable: las normas sociales de la época hicieron de esos amantes desventurados las víctimas propiciatorias del miedo, la hipocresía, la delación… y la política.
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En la ciudad cercada, la rutina se defendía a ultranza. Los caballeros se reunían en las tardecitas para jugara los naipes o comentar las derrotas unitarias, las señoras comentaban las modas que traían los figurines de París, y las niñas bailaban gavotas, lanceros o minués conjóvenes vestidos de frac.
Entre esas niñas estaba Camila O’Gorman, hija de Adolfo y nieta del doctor Miguel O’Gorman, un irlandés llegado a la ciudad durante el gobierno de Vértiz, quien lo había encargado de organizar el protomedicato y el hospital, introducir la vacuna antivariólica, y buscar la manera de quetodos los dementes y ancianos estuvieran internados.
Camila, que había nacido en 1828, tenía dos hermanos: Enrique (que llegaría a jefe de Policíade la Capital y crearía el cuerpo de vigilantes en reemplazo de los serenos) y Eduardo, en el que despuntaría la vocación de sacerdote y llegaría a párroco de San Nicolás de Bari y legislador por Buenos Aires.
Camila O’Gorman creció y se educó en ese ambiente. Era alta ydelgada, tenía ojos negros y grandes, y el cabello castaño oscuro sobre el que solía colocar un peinetón de carey con la figura del Restaurador de las Leyes, como era habitual en la época.
Como todas las hijas de las familias conspicuas,iba a las reuniones sociales de Manuelita Rosas y se encontraba allí con Mariquita Thompson, Trinidad Balcarce, Tomasa Vélez Sársfield, Felicitas Dorrego o Flora Azcuénaga, la flor y nata de la sociedad de su tiempo.
Hasta que un día llegó de Tucumán un joven clérigo.
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Cuando llegó por primera vez a Buenos Aires, Uladislao Gutiérrez tenía veintitrés años. Era sobrino del caudillo federal y gobernador tucumano, el general Celedonio Gutiérrez, y un testigo de la época lo describe como “de unos veinticinco años, de regular estatura, delgado de cuerpo, moreno pero de facciones regulares, ojosgrandes, pardos y algo saltones, pelo crespo y negro, barba corta del mismo color”.
El cura traía un paquete de cartas de recomendación, y las misivas y la necesidad de pastores de almas le allanaron el camino: enseguida fue designado cura de la parroquia del Socorro, en el centro de la ciudad, y en esa calidad empezó a frecuentar la casa de la familia O’Gorman.
Lo que pasó entre él y Camila sólo puede imaginarse. Debe haber sido un destello enceguecedor, y los franceses, ingleses e irlandeses que vivían en el Socorro, empezaron a verlos pasear juntos por las barrancas del río. No tardarían en transgredir la moral pública y la de la Iglesia, y el 12 de diciembre de 1847 Uladislao y Camila tendrían que huir de la ciudad.
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El hecho, en principio, no tuvo más trascendencia que la sorpresa en la familia de los O`Gorman, en la Curia y en el cuchicheo vecinal, y fueron los unitarios, que vivían en Montevideo atentos a lo que pasaba en Buenos Aires, los que iban a encaramarse en el asunto.
El Comercio del Plata era un diario que aparecía en la capital uruguaya. Lo dirigía ValentínAlsina, y el 5 de enero de 1848 publicó la primera noticia sobre lo ocurrido: le asignaba las culpas a “la escuela de Palermo (donde estaba la quinta de Rosas) en la que en esa línea se ven y se oyen ejemplos y conversaciones que no pueden dar otros frutos”.
Cuando la Iglesia advirtió que estaba irremediablemente involucrada en el escándalo, las autoridades religiosas presentaron una denuncia a Rosas firmada por don Felipe Elortondo y Palacio, encargado del despachode la Curia, quien decía que no había sido él quien había
colocado a Gutiérrez en la parroquia del Socorro, y calificaba la huida como “un horrendo atentado de aqueldesgraciado”.
Camila y el cura, entretanto, se habían afincado en Goya, por entonces una pequeña ciudad de Corrientes. La noche del 11 de diciembre habían salido secretamente de Buenos Aires, y esquivando el CaminoReal habían pasado por Palermo, Belgrano, Olivos y SanIsidro, hasta llegar a San Fernando.
Allí habían aguardado hasta el 22 dediciembre, en que se acercaron al patrón de un barco, lagoleta Río de oro, y le pidieron que los embarcara.
—Me llamo Máximo Brandier —dijo Gutiérrez—, y soy recién casado con Valentina Desan. Deseamos huir porque mi esposa sufre la persecución asidua de un mazorquero, y usted sabe lo que eso significa. Sólo usted puede salvarnos, pero debo prevenirle que nuestra pobrezanos impide pagar el pasaje.
Camila y Uladislao llegaron a Goya, y allí el marino los recomendó al jefe de policía, el coronel Simón Payba, quien los recibió con los brazos abiertoscuando se enteró de que la pareja podía enseñar a leer ya escribir. Como en la población no había escuela, los “Brandier” la establecieron en la casa que ocupaban, y fundaron la primera que tuvo la villa.
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La pareja, deseosa de pasar inadvertida, no tardó en identificarse con el ambiente provinciano de Goya, y pasó por alto un hecho que decidiría su suerte: el gobierno de Buenos Aires, que hasta ese momento no había tomado ninguna medida sobre la escandalosa fuga, para justificarse ante la opinión pública remitió la filiación de los fugitivos a los gobernadores de las provincias aliadas a la Confederación.
Una noche en que el juez de paz de Goya, Esteban Perichón, daba una fiesta en su casa a la que habían concurrido “el maestro” y su mujer, Gutiérrez fue reconocido por Miguel Gannon, un sacerdote irlandés sobrino del almirante Brown.
Enteradas las autoridades, le pidieron que ratificara el reconocimiento, y éste no sólo lo hizo, sino que lo convirtió en una denuncia formal que serviría de encabezamiento para el proceso que acabaría con la ejecución de la pareja.
Cuando Camila y Gutiérrez fueron detenidos, la suerte de ambos estaba definitivamente sellada. Luego de unos días de espera fueron enviados a Buenos Aires a bordo de la misma goleta que los había llevado a Goya, y cuando el barco encalló entre los puertos deSan Nicolás y San Pedro, Camila y Uladislao fueron desembarcados y entregados al comandante militar de la plaza, con el que siguieron hacia Buenos Aires por el camino de Santos Lugares.
El viaje se hizo en dos carretas tiradas por caballos —según narra el capitán del barco—, “distantes cincuenta varas una de otra para evitar toda comunicación entre los reos”.
“Al terminar una jornada en Luján”, dice el mismo relator, “el alcalde que los conducía, a los ruegos de los desgraciados amantes, les permitió una entrevista y, como no había otro medio a causa de los grillos, extremó su compasión hasta llevar cargado a Gutiérrez hasta la carreta de Camila. Al amanecer, Gutiérrez consiguió hacer llegar a un amigo, el presbítero García, cura de Luján, una carta en la que apelaba a su bondadosa indulgencia para que mandara una volanta en la cual Camila, que sufría mucho con el terrible movimiento de la carreta, pudiera continuar el viaje con alguna comodidad. Pero aunque el caritativo sacerdote se apresuró a mandar el carruaje pedido, no pudo ser utilizado porque se opuso el juez de paz local, Enrique Duró. En la tarde del 15 de agosto de 1848, cruzaron los reos las líneas del campamento del general Agustín Pinedo, cuyas tropas guardaban los cuarteles deSantos Lugares”.
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La noticia del viaje de la pareja hizo arreciar el escándalo.
En Montevideo se reinició la campaña en el Comercio del Plata, donde se publicó: “Se sabe que las cancillerías extranjeras han pedido al criminal gobierno que representa a la Confederación Argentina, seguridades para las hijas de los súbditos extranjeros”.
En El Mercurio de Santiago de Chile, donde escribían Alberdi y Sarmiento, se hablaba de “la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del ‘Calígula del Plata’, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna”, y el obispo de Buenos Aires, para no ser menos, pedía que “se diera al público una satisfacción de tan enorme y escandaloso acontecimiento”.
Pero también había quienes, como el provisor Miguel García, colocando las cosas en un lugar más justo, escribían: “Yo no veo en él sino un momento de ilusión y una ocasión desgraciadamente aprovechada por unos jóvenes arrastrados por la fuerza de la edad y precipitados por su inexperiencia. Sólo V.E., con su discreción y sabiduría, es capaz de atenuar sus resultados haciéndolos menos trascendentales al público”.
Adolfo O’Gorman, el padre de Camila, también le había escrito a Rosas una carta que terminaba diciendo: “V.E. es padre y el único capaz de remediar un caso de tanta trascendencia para toda mi familia. Toda ella une sus súplicas a las mías para implorar la protección de V.E. a fin de precaver a esta infeliz que se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida se precipite en la infamia”.
Pero la mayoría estaba con los otros, y Rosas se dejó arrastrar por un argumento jurídico: en las Leyes de Indias estaba escrito que “robando algún hombre mujer viuda de buena fama o doncella o casada… si le fuere probado en juicio, debe morir por ende”.
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El 17 de agosto de 1848, el gobernador Juan Manuel de Rosas firmó la orden de ejecución de Uladislao Gutiérrez y Camila O’Gorman.
Pero si la condena a Gutiérrez se amparaba en las Leyes de Indias, ¿por qué la sentencia contra Camila? Los juristas consultados por el Restaurador no albergaban dudas, y habían aconsejado la medida “pues correspondía para los sacrílegos la pena de muerte”.
Al día siguiente, el 18 de agosto, Antonino Reyes, jefe de la secretaría del Gobernador y de los cuarteles de Santos Lugares, comunicó a Gutiérrez la decisión oficial. Uladislao le preguntó, según la versión del mismo Reyes, si Camila iba a correr la misma suerte. Cuando le dijo que sí, el cura escribió una esquela para su mujer: “Camila mía: acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la Tierra unidos, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te perdona y te abraza, tu Gutiérrez”.
Camila recibió la carta, pidió un confesor y esperó la hora de marchar al patíbulo.Manuelita Rosas, que le había enviado un mensaje esperanzado cuando la detuvieron en Goya, volvió a insistir ante su padre para que perdonase a la niña enamorada y a su amante. Rosas le respondió: “El fallo ya ha sido dado. Lo han dado los salvajes unitarios, lo han confirmado la ley, la sociedad y la Iglesia, y el Restaurador ha cumplido su doloroso deber, ante el cual no tiene sentimientos sino obligaciones”.
Antonino Reyes tomó las disposiciones del caso al amanecer del día fijado para el fusilamiento. Cuando redoblaron los tambores, los condenados, vendados, sentados en sillones que transportaban a hombros varios soldados, fueron ubicados en el lugar elegido para la ejecución.
En el trayecto, que era observado desde las ventanas por los presos de Santos Lugares, los estuvieron en silencio. Cuando apoyaron los sillones en la tierra, Camila preguntó:
—Estás ahí, Gutiérrez?
—Aquí estoy, Camila, y mi último pensamiento será para ti.
—¡Dios bondadoso, muero con él!- dijo la niña, y sonó la descarga.