Lo peor de la emisión está por venir

Por Gabriela Origlia

[dc]E[/dc]s –al menos- desalentador escuchar cada día a un funcionario (o varios) describir qué sector de la sociedad (nacional, regional o mundial) es culpable de alguno de los problemas que tiene la Argentina. Es, además, extraño porque los argumentos salen de quienes tienen aspiraciones y estrategias para controlar todo el poder. A juzgar por sus declaraciones, parece que una porción importante se les escapó, por ejemplo, en manos de las “cuevas” que pagan a las agencias de noticias para que inflen el problema del dólar paralelo. O a los buitres que logran que los medios internacionales cuenten una realidad diferente de la que Axel Kicillof conoce al detalle.
El mundo se derrumba, dijo en el Consejo de las Américas, “y contra eso no podemos hacer nada”. La verdad es que no hay fiesta pero el planeta está muy lejos de la crisis del 2008/09.
El Ministro aseguró que no puede instrumentar políticas activas para modificar lo que pasa a escala mundial. Se lamentó de la misma manera que hace un tiempo lo hizo la Presidenta cuando dijo que Argentina no puede imprimir dólares. Son sinceros ya que esas son las estrategias a las que echan mano para resolver los problemas internas con resultados que, no sólo, están lejos de mejorar sino que empeoran. Es difícil entender que en una década –que salvo en la crisis externa del 2009- el viento sopló a favor con precios récord de los granos y capitales buscando a dónde invertir, los argentinos estén presos de una inflación del 40% anual y con expectativas de otra devaluación.
El déficit fiscal del 5% del PBI no hay más alternativas de financiamiento –por ahora- que la emisión o el endeudamiento intraestatal. Frente a ese escenario la estrategia no cambia. El gasto no cede (sólo las partidas para subsidios crecen al 70% interanual) y la impresión de billetes no decae y cuando lo hace sólo es temporal. La segunda parte del año siempre requiere de más financiamiento (en la primera parte del años hay menos gasto y más recaudación por el esquema de vencimientos) por lo que la emisión se acelera. O sea que habrá inundación de pesos mientras que los dólares faltan. La consecuencia ya se sabe más allá de que los seguidores del manual K la desechen y la tilden de “respuesta ortodoxa”.
Como la política fiscal no cambia las expectativas tampoco. Ya no sirve la suba de un punto de la tasa porque, aun así, va diez por detrás de la inflación. Por supuesto, llevarla a 40 es insostenible. También lo es que la brecha entre el gasto y los ingresos se vaya estirando. La encrucijada está en marcha y, lamentablemente, hace falta que el Estado ajuste. Los privados ya lo vienen haciendo. Todo ajuste tiene un costo político. Si lo elude uno lo deberá hacer el que le sigue. Las puertas de salida las vienen clausurando y cuanto más tiempo pasa más compleja es la alternativa.
La recesión no es producto del ajuste en el sector público ni por problemas externos. Empleo no se genera hace tres años y la inflación sube. Mientras los parches se van acumulando. Tal vez el mayor intervencionismo sea visto por las autoridades como una manera de controlar lo que no les gusta cómo anda. En cada sector donde intervinieron –carne, trigo, leche, dólar- los inconvenientes se multiplicaron. Todo indica que no piensan cambiar. El problema será el paciente que no reacciona y no el medicamento.