Reclamo legítimo, actores demodé y métodos obsoletos

Por Pablo Esteban Dávila

ilustra moyano discurseando2[dc]P[/dc]uede que haya alguna controversia, pero es inevitable decir que el paro convocado por Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Michelli no fue lo que ellos esperaban. Es un hecho que el país no se detuvo y que el gobierno nacional tampoco marcó el día de ayer como “infausto” en su calendario político. ¿Hubo un empate? Probablemente sí. Las cosas estarán hoy más o menos igual de lo que estuvieron antes de la medida de fuerza. La presidente podrá suspirar con justificado alivio.
Lo curioso es que había motivos explícitos por los cuales la protesta podría haber sido un éxito categórico. La inflación, el impuesto a las ganancias, el desempleo y la recesión constituyen asuntos muy serios y que rozan a cualquier trabajador con alguna conciencia de clase. Sin embargo, ninguna de estas razones fue, al parecer, lo suficientemente poderosa como para enviar un contundente mensaje a la Casa Rosada.
Las explicaciones pueden ser dos: la primera, que muchos sindicatos importantes decidieron no adherir a Moyano; la segunda, que el líder camionero dista de ser un Lula Da Silva que aglutine tras de su persona a la necesaria alianza de clases que debe operar tras bambalinas para que un paro nacional sea masivo.
El hecho que haya habido sindicatos de peso alejados de la protesta no debería sorprender. A la fe kirchnerista de sus capitostes (más o menos entusiasta, según el caso) debe sumarse la negativa a secundar a Moyano ante el temor de estar haciéndole el caldo gordo a su propio juego político. Evidentemente, las legítimas motivaciones del paro no les resultaron tan atractivas como para alejarse de Cristina y, simétricamente, acercarse a alguien que no les proporcionaría ninguna ventaja adicional. En rigor, y en la toma y daca sindical, el camionero tiene muy poco para ofrecer, especialmente cuando ninguno de sus referentes inmediatos (Sergio Massa o José Manuel de la Sota) tiene el camino a la presidencia allanado.
Pero es el segundo motivo el que resulta más rico para el análisis. De alguna manera, un paro exitoso requiere que mucha gente, y no necesariamente las masas proletarias, acepte su necesidad. Esto no ocurrió ayer. Pese a la legitimidad del reclamo, vastos sectores de la clase media no se sintieron identificados con la herramienta ni, por qué no decirlo, con quienes lo lideraban.
Esta no es una afirmación esotérica. De algún modo, el sindicalismo argentino ha ido perdiendo prestigio en los últimos años. Aunque justo es decir que nunca lo tuvo en demasía, debe reconocerse que, al menos, gozaba del ascendiente que dimanaba del hecho de monopolizar exitosamente la representación de las fuerzas del trabajo. Pero esta imagen ya no funciona. La CGT está fragmentada ente los que apoyan al gobierno y quienes se oponen, mientras que la CTA padece también una escisión similar. Por si fuera poco, hay dirigentes de izquierda copando a trabajadores cuyos intereses parecen no coincidir con los de los líderes tradicionales. Si alguna vez los sectores moderados del país confiaron con que, gracias al movimiento sindical argentino, la sangre del conflicto social nunca llegaría al río a pesar de sus conocidas desmesuras, ahora esta fe se encuentra en entredicho. ¿Para que respaldar – por lo tanto – a gente que ya no garantiza tan siquiera esto?
La figura de Moyano, especialmente, tiene sus límites para una convocatoria que difumine las inevitables diferencias ideológicas. A los antikirchneristas no peronistas se les hace difícil olvidar que, durante los años de Néstor, el camionero fue un fiel escudero del modelo. Junto al expresidente se ocupó de despilfarrar recursos públicos con la excusa de demoler al modelo neoliberal implantado en los ’90, sin que le preocuparan en absoluto las consecuencias a largo plazo de tal política. Fue aquél festín, precisamente, lo que obliga ahora a Cristina a tomar medidas económicas ramplonas para no tener que negarlo y arrojarlo por el retrete de la historia, decisiones que, paradójicamente, convirtieron al camionero en un furioso opositor a quienes antes apoyaba.
Para el gran público, esta historia no tiene nada de conmovedora. Moyano es, simplemente, otro que estuvo con Kirchner y que después se alejó, algo que resta credibilidad a sus consignas y concurrencia a sus medidas de fuerza. Sin embargo, subsiste la materia prima para el enojo social, más allá que los sindicalistas opositores no hayan podido canalizarlo adecuadamente.
La dialéctica entre motivos legítimos y los métodos adecuados para expresarlos es siempre un asunto complejo, en donde la Argentina se ha caracterizado por su creatividad. Los recordados cacerolazos de principios de siglo impusieron un estilo mundial de protesta, mientras que, más recientemente, las convocatorias a manifestaciones antigubernamentales mediante las redes sociales lograron que millones de personas salieran a las calles. Todo indicaría las banderas enarboladas durante el paro de ayer podrían haber sido desplegadas más eficazmente mediante el recurso al “cíber – activismo”, con el único límite que ni Moyano ni Michelli fueran quienes lo auspiciaran.
Entonces, ¿por qué no la gente no utiliza ahora mismo sus celulares, tabletas o computadoras para auto convocarse y reclamar por asuntos tan legítimos? La respuesta probablemente se encuentre en el calendario electoral. Ya nadie considera que la presidente tiene alguna chance de quedarse en el poder. Se encuentra unánimemente aceptado que los K tienen fecha de vencimiento y que quienes los reemplacen deberán imponer un estilo diametralmente opuesto de relacionarse con la sociedad. La protesta, por lo tanto, pierde el sentido universal que tuvo en las manifestaciones populares del 13 de septiembre de 2012 y del 18 de abril de 2013, más allá que subsistan muchas de las iniquidades a las que el gobierno nacional ha sido tan afecto.
De alguna manera, el mensaje que llega desde la sociedad es que, de aquí al 2015, la política debe reasumir la responsabilidad de plantear soluciones concretas al desaguisado que padece la mayor parte de la población. No es, ciertamente, una expresión descomprometida sino una profundamente realista y de gran madurez cívica. Señala, precisamente, que sin la amenaza de un kirchnerismo tramposo en el horizonte, es deber de la dirigencia política reencausar el rumbo del país y que esta es una tarea que excede a Moyano & Cía. y que ninguna movilización convocada por Facebook o Twitter, por valederos que fueran sus motivos, puede reemplazar.