Por Pablo Esteban Dávila
[dc]“M[/dc]acri es el límite”, repiten hasta la letanía algunos radicales; coincidentemente “Macri es el límite”, es la melopea favorita del cineasta Pino Solanas. Es claro que, para un sector importante del Frente Amplio – UNEN, el jefe de gobierno porteño es una especie de fascista con el que resulta imposible lograr algún tipo de entendimiento.
El único problema de estas posiciones es que no aciertan a explicar en forma convincente que tanto es lo que los separa del líder del PRO. ¿Es Macri, efectivamente, una frontera imposible de cruzar desde lo ideológico? ¿O es, acaso, tan sólo un pretexto para mantener en alto algunas banderas genéricamente “progresistas”, fuertemente disputadas por el kirchnerismo?
A poco de andar, no se advierte que el expresidente de Boca Juniors sea alguna suerte de anticristo de la derecha dispuesto a regresar a ningún orden conservador. Es, por cierto, una persona rica, heredero de una importante fortuna familiar, pero sin ninguna pretensión aristocrática. De hecho Franco, su padre, es un admirador de las políticas de los Kirchner y, de no mediar su apellido, seguramente hasta sería halagado en las cadenas nacionales por la presidente. Como se advierte en este caso, la riqueza no es en sí un certificado de la derecha; por el contrario, y si hubiera que atenerse a la evolución del patrimonio de bastantes kirchneristas, debería concluirse exactamente lo opuesto, esto es, que en el país los ricos gustan de llamarse de izquierda, verdaderos colectivistas de lo ajeno.
En lo que respecta a sus políticas urbanas, tampoco Macri parece ser un salvaje reaccionario. Hasta ahora, sus mayores éxitos están relacionados con iniciativas y servicios públicos, tales como el Metrobus, la expansión del subte, las bicicletas amarillas o el énfasis en recuperar la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, históricamente abandonada por las administraciones porteñas. No parece una agenda destinada a favorecer especialmente a las estereotipadas señoras de Barrio Norte o a los yuppies exitosos que viven en Puerto Madero (tipo Amado Boudou), sino a los ciudadanos de a pie que más necesitan de un Estado eficiente.
Tal vez, quienes se empecinan en destacar las diferencias se encuentren pensando más en el futuro que en el presente. Imaginan que si, por ventura, Macri llegase a la presidencia de la Nación gracias al Frente Amplio – UNEN, no dudaría en reprivatizar cuanta empresa pudiera o entregar al país a manos de las potencias imperialistas, destruyendo así la romántica impronta de progresismo institucional que los fundadores desean para la entente.
Este escenario anticipatorio es, sin embargo, improbable, al menos si se atienen a las escasas pistas que el propio Macri ha proporcionado sobre estos asuntos en el pasado reciente. Tómese, por ejemplo, el caso de YPF. Al igual que, por ejemplo, Elisa Carrió, el jefe de gobierno se opuso a su estatización, pero luego se mostró resignado. “No podrá volverse atrás con esto”, confió públicamente, comprometiéndose a gestionarla profesionalmente si es que llegara al gobierno, algo con lo que el mismísimo Pino Solanas no podría estar en desacuerdo. Idéntica tesitura adoptó frente a la escandalosa nacionalización de las AFJP, en tanto que mantuvo un prudente silencio en torno a las innecesarias estatizaciones de Aguas Argentinas o de ARSAT, la ignota compañía gubernamental de satélites y comunicaciones que, en 2006, absorbió a la privada NAHUELSAT. Excepto por genéricas apelaciones a defender la iniciativa privada y poner un poco de orden en las marañas regulatorias con las que se ha obsequiado al sector privado en la última década, Macri no parece ser la reencarnación de ningún Alsogaray.
Hay temas, por supuesto, en los que podría no existir acuerdo –como lo es el caso de la minería– pero debe tenerse presente que son asuntos transversales a las ideologías, aquí y en todo el mundo. Por otra parte, no parece ser este un tema de una envergadura tal que inhiba cualquier tipo de entendimiento con el PRO, simplemente porque dentro de UNEN también existen posiciones encontradas al respecto. Martín Lousteau no piensa, sobre el asunto, lo mismo que Humberto Tumini. ¿Para qué exigir a Macri, por lo tanto, la coherencia ideológica que aún no ha sido resuelta en el seno del propio espacio que lo rechaza?
Esto es más o menos lo que piensan quienes sí desean un acercamiento entre UNEN y el PRO, tal como lo es el caso de Oscar Aguad, la propia Carrió o, un tanto más tímidamente, Julio Cleto Cobos. El razonamiento es simple y está emparentado con la realpolitik: ¿es posible ganarle al peronismo –en sí mismo, una máquina de triturar ideologías– con una plataforma exclusivamente de centro izquierda? La conclusión, adelantan, es que no. Hace falta algo más que progresismo escenográfico para imponerse ante Sergio Massa o Daniel Scioli, los emergentes de la civilización justicialista del post kirchnerismo. Para complicar las cosas –sostienen– la oportunidad que brinda el 2015 es un tren que, si pasa de largo, probablemente no regrese hasta el 2023, habida cuenta la propensión del electorado a apoyar las reelecciones presidenciales. Y aquella estación queda demasiado lejos como para forjarse alguna ilusión de una espléndida segunda oportunidad.
Los realistas gozan, como no podría ser de otra manera, de nuestra comprensión. Aguad, Ramón Mestre, Juan Jure y tantos otros radicales conservadores (de superlativa trayectoria en la política argentina desde hace cien años) se preguntan angustiados por qué deben enviar tiernos emoticones a dirigentes de izquierda, hasta hace poco alineados con Cristina, y no poder diseñar estrategias a cielo abierto con el macrismo, al que consideran del palo.
La frustración debe ser enorme. Porque, en definitiva, si a ellos se les fuerza a participar de un mismo campamento con verdaderos extraños ideológicos, ¿por qué no obligar también a aquellos a compartir el vivac con otros extraños? ¿Cuál es la razón por la cual el ala izquierda del radicalismo (que hace tiempo no gana nada) condiciona de esta forma al ala derecha que, aunque sin ser excepcionales, sí tiene resultados para mostrar? Por otra parte, el argumento de lo popular tampoco ayuda para la mantener la proscripción del PRO. Que se sepa, Macri ha sido un exitoso presidente de uno de los clubes más populares del mundo, en tanto que la filmografía de Solanas es insoportable para la enorme mayoría de los argentinos. ¿Quién tiene –entonces– más derecho a reclamar el amor del pueblo?
Es extraño como juega la imaginación con el analista. Porque, si se piensa en un triunvirato electoral integrado por Cobos, Hermes Binner y Ernesto Sanz, la imagen devuelve un cálido sentimiento de simpatía hacia el esfuerzo de tres tipos serios y moderados, pero no mucho más que eso. Pero, si a esa tríada se le agrega Mauricio Macri, la cosa cambia. Ahora la instantánea es potente, sugestiva, con aroma a futuro. Hasta podría tararearse algo parecido a “sordos ruidos oír se dejan de corceles y de acero”, anticipando una batalla difícil pero posible de ganar frente al hegemónico peronismo en cualquiera de sus variantes. Pero esta aventura parece demasiado para algunos de los integrantes de UNEN que, arropados detrás de un impreciso izquierdismo libre de culpas, niegan a los realistas y a sí mismos una auténtica posibilidad de triunfo.