La presidenta, la economía y el truco

Por Gonzalo Neidal

p08-1[dc]E[/dc]n un texto que dedicó a analizar el juego del truco, incluido en su libro Evaristo Carriego, Jorge Luis Borges relata el siguiente chiste:

Los baratijeros Mosche y Daniel se encuentran en la gran llanura de Rusia y se saludan.

–         ¿Adónde vas, Daniel? –dijo el uno.

–         A Sebastopol –dijo el otro.

Entonces Mosche lo miró fijo y dictaminó:

–         Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel!

Borges llama a esto “mentir con la verdad” y lo asocia con las mañas de los jugadores de truco.

En su discurso por cadena nacional del día lunes pasado, la presidenta omitió ponernos al tanto de la evolución de sus padecimientos intestinales pero, en cambio, abusó de este astuto mecanismo de la mentira, en alguna de sus variantes. Intentó demostrar que los temas centrales de la economía son sencillos de comprender, tal como decía Scalabrini Ortiz. Y, para ello, emprendió contra los argumentos que sostienen que las retenciones elevadas no estimulan la producción agropecuaria. Muy cuidadosa, llamó “derechos de exportación” –denominación más técnica- a lo que comúnmente conocemos como retenciones. Pero lo curioso es que intentó instalar, con la jerarquía de axioma, algo insólito: que la producción agropecuaria es mayor mientras mayor sean las retenciones.

El sentido común indica lo contrario: a medida que aumentan las retenciones, el estímulo para producir es menor pues –a precio de venta estable- la ganancia del productor disminuye e incluso puede llegar a desaparecer.  Cuando las retenciones bajan, el resultado es inverso.

Por supuesto que la presidenta no dijo estrictamente que a mayores retenciones, mayor producción. Es una idea demasiado ridícula para ser sostenida con entusiasmo. Hubiera significado establecer un vínculo del mismo tipo al ya famoso, también de su autoría, que relaciona la diabetes con el nivel de ingresos. Pero en varios párrafos de su discurso, Cristina resaltó que hubo una coincidencia entre retenciones altas y producción alta y también entre bajas en las retenciones y caídas en la producción. Veamos.

Los años setenta

 Con las retenciones, hay que recordarlo, los gobiernos buscan más que una mayor recaudación: la desvinculación de los precios internacionales de los alimentos (en este caso específico) de sus valores locales. En muchos casos las retenciones tuvieron un efecto compensatorio: se impusieron a la vez que se dio una gran devaluación, para evitar una grosera transferencia de ingresos al sector agropecuario. Al momento de una fuerte devaluación, se imponen altas  retenciones en razón del mantenimiento del precio de los alimentos. Y han existido siempre en la historia económica del país.

Dijo la presidenta:

“…en la década de los 70, fíjense la alícuota que había, 50 por ciento. ¿Saben que en los años 70, la recaudación, mejor dicho la producción récord de trigo se produce con una alícuota del 50 por ciento? Fue la cosecha 76-77. La alícuota era del 50 por ciento y se produjo el récord de toda la década que alcanzó a 11 millones de toneladas. Al año siguiente, 77, Martínez de Hoz (…), la baja al 5 por ciento”.

Claramente, la presidenta establece una relación entre retenciones altas y producción alta. Pero sigue.

De nuevo los noventa

Respecto de los años noventa, la interpretación presidencial es parecida:

“Fíjense ustedes que en el año 1989 las retenciones llegan, estamos hablando de trigo, de derechos de exportación a un 33 por ciento, caen a un 3 por ciento, en enero de 1991, la década de los 90. ¿Cuál fue el comportamiento de la década de los 90? (…) En los años 90 va de 3 hasta el 93, uno se pone cero, prácticamente no se cobran derechos de exportación casi no sobre el trigo, no sobre el maíz, prácticamente muy poquito, 3 o 6 por ciento sobre el poroto de soja.

Ahora bien, no se recuerda en toda la historia argentina, un nivel de endeudamiento al borde de la quiebra y al borde de la venta y remate de los campos como en la década de los 90. Sin embargo, estaban a cero las alícuotas de los derechos de exportación. Como verán, no todo es tan previsible ni todo hace tan juego con todo, por lo menos, lo que nos quieren contar”.

Nuevamente Cristina insiste en su argumento aunque aquí vincula las retenciones con la situación del campo. Como la producción fue satisfactoria, utiliza otra variable: la situación del productor, su nivel de endeudamiento. Dice que, con retenciones bajas e inexistentes, el campo padeció y estuvo al borde de la quiebra, pretendiendo demostrar o bien que las retenciones bajas generan calamidades en la producción agropecuaria o bien que el vínculo entre esos derechos y la producción es aleatorio y errático.

Con altas retenciones se han conseguido grandes producciones y con bajos derechos, el campo estuvo al borde de la quiebra. Tal el axioma  presidencial.

Los años K

De igual modo, la presidenta analizó algunas cosechas de su propio período de gobierno en las que también coexistieron grandes cosechas con elevadas retenciones.

Lo que sucede es que la presidenta mezcla, sin inocencia, datos de diversa índole y omite dar otros que explicarían la paradoja que ella considera una verdad revelada.

Lo que estimula la producción agraria son los buenos precios para el productor. Y éstos son el resultado final de una operación matemática que incluye varios datos. Las retenciones es uno de ellos, claro. Pero hay que añadir también dos que resultan decisivos: el tipo de cambio y los precios internacionales. Además de los factores climáticos, que suelen explicar por sí solos buenas y malas performances. De esa mezcla surge el precio para el productor y, si éste resulta aceptable, el productor siembra y, con viento a favor, obtiene buenos rindes.

En los noventa, los precios internacionales de las commodities agrarias no eran ni por asomo lo que comenzamos a obtener a partir de la primera década del siglo XXI. Además, el tipo de cambio estaba probablemente un poco retrasado, respecto del promedio de años anteriores. De ahí surgió que el precio para el productor, aunque no era afectado por retención alguna, no le resultaba suficiente.

En los años de kirchnerismo las altas retenciones se explicaban, primero por la devaluación de 2002, que triplicó el valor de la moneda extranjera. Pero luego, fundamentalmente, por el alza de los precios internacionales de los alimentos. Esto logró que pese a las altas retenciones de algunos productos, la rentabilidad resultara suficiente para el productor.

El ejemplo que dio la presidenta acerca de que el año de mayores retenciones en el trigo fue también un año de alta producción, tiene una explicación simple: el gobierno aumentó los derechos de exportación después de la siembra, logrando asegurarse una alta producción que no se repitió, por supuesto, al año siguiente.

Una de dos: o la presidenta no entendía lo que decía o bien hacía una deliberada mélange en búsqueda de confusión.

En esta disyuntiva, estamos tentados de apelar a la conocida frase de una filósofa argentina contemporánea: “lo dejo a tu criterio”.