Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar
[dc]D[/dc]entro de la extensa galería de personajes que impuso Antonio Gasalla en su paso por la televisión, algunos de los más populares corresponden a seres que, desde una posición de debilidad, aprovechan cualquier ocasión para someter a sus pares. Por supuesto que también se recuerda con nostalgia a Mecha, su parodia de la millonaria Amalita Fortabat, que acosaba al pobre Acoooosta con sus extravíos de coleccionista de obras de arte. O a la Gorda, esa entrevistadora de la TV embutida en una minifalda que disparaba preguntas desopilantes a sus invitados.
Pero quienes perduraron en la memoria popular fueron aquellos perdedores que administraban sus minúsculas cuotas de poder como el peor de los tiranos. Es el caso de Noelia, la maestra hipermaquillada que tanto en el aula como en la sala de profesores aplicaba su astucia para sacarle provecho a las grietas del sistema. O Flora, la empleada pública, que concentraba en su frase “¡se van para atrás!” toda la sed de venganza que la mediocridad de su desempeño le generaba.
A la cabeza de ese cuadro de honor de criaturas ficticias se ubica Mamá Cora, la viejecita que compuso en 1985 para la película “Esperando la carroza”, de Alejandro Doria, y que adentra su carácter en las raíces del sainete rioplatense. La senilidad manifiesta de la mujer genera situaciones absurdas que siempre la llevan a atender el teléfono cuando suena el portero eléctrico y viceversa. Cuando sus buenas intenciones tropiezan con la sordera, provoca desastres de los cuales hará cargo a quienes la rodean.
Tan buenos resultados le dio esta composición, que ha sido la que ha perdurado en el tiempo, cuando Gasalla la mudó a otros programas, como el de Susana Giménez. Solo que el actor tuvo que quitarle el nombre al personaje, porque la Mamá Cora original, la que aparecía en el filme de Doria, había surgido de la imaginación del dramaturgo uruguayo Jacobo Langsner, y cuando el autor elevó su reclamo, el intérprete optó por acatar el mandato de la propiedad intelectual.
La anciana que en su deterioro físico y mental arrastra a su familia a la debacle, reapareció en otra lograda composición del humorista, bajo el nombre de Yolanda, una abuela que se desplazaba en silla de ruedas y citaba palabras con “she” (como “Macahsa”), a la vez que -desde su postración- tiranizaba a su pobre hija, Marta, encargada de cuidarla. Norma Pons, la actriz fallecida ayer a los 70 años, encarnaba a esa mujer adulta sometida a los caprichos de una madre demandante.
“Marta, sos una shegua”, se quejaba Yolanda, mientras a escondidas empinaba una petaca de whisky o le daba una pitada a un cigarrillo. En vano eran los intentos de Marta por complacer las exigencias maternales, que muchas veces la llevaban a sacrificar pequeños placeres, como una salida al cine a la que su madre arruinaba al suscitar adrede un malentendido. Nada de eso bastaba para saciar la voracidad de atención de Yolanda, quien –dicho sea de paso- cuando su hija no la veía se levantaba de su silla de ruedas y caminaba con total normalidad.
Para algunos, la imagen de Norma Pons que queda en la memoria es la de aquella vedette que (junto a su hermana Mimí) supo descollar en la época dorada de la revista porteña. Otros, en cambio, la recordarán como la tía de Marcelo Tinelli en el sketch de apertura de “ShowMatch” que fue el último trabajo de la actriz en televisión. Para mí, será por siempre la femme fatale que fumaba con boquilla durante el tema “Nena” (Eiti Leda) en “Adiós Sui Géneris”. Y será Marta, esa hija que acepta estoicamente cargar con una culpa que jamás existió.