La herencia que hay que reorganizar

Por Gabriela Origlia

DYN41.JPG[dc]E[/dc]l mapa no es el territorio. Es un precepto básico para tener en cuenta y poder desarrollar la empatía. La presidenta Cristina Fernández este lunes hizo una presentación que no estuvo exenta de algunas particularidades a las que ya los argentinos están acostumbrados (alfajores, catering de aviones, arrugas y amigas que viajan a Nueva York, “el que te jedi al norte”) y en función de las cuales infiere si la calidad de vida mejoró y cuánto. En ese sentido es importante mirar más allá de los 100 metros que nos rodean porque, por lógica, tendemos a reunirnos y hablar con pares, con quienes coinciden con nuestra mirada. Si ese esquema puede resultar riesgoso en general lo es más en el ámbito del ejercicio del poder, termina derivando en el diario de Yrigoyen. Esta vez la Presidenta, además, incluyó en su discurso un aspecto clave: la herencia, el país que le quiere dejar a quienes le sucedan.
El tema no es menor porque hay algunos analistas que deducen que el ajuste que empezó a instrumentar el Gobierno es de cara a dejar un país más ordenado a la próxima gestión. Otros, en cambio, plantean que el kirchnerismo no pudo aguantar y se asustó cuando vio la velocidad que había tomado el drenaje de las reservas. Con esa espada pendiéndole sobre la cabeza perdió la virginidad y comenzó a instrumentar medidas ortodoxas que, históricamente, había criticado. Con este paso el que venga ya no tendrá que temer a ser acusado, precisamente, de “ortodoxo”.
Por el resto, la herencia tiene –como es lógico-claroscuros. A la Presidenta le gusta decir que ya no estamos como en el 2001; es una referencia tramposa ya que la comparación es con uno de los peores períodos de la historia argentina. De esa manera apunta a que los sectores que ahora vacacionan, compran autos y electrónica y desbordan aviones, dejen de quejarse y reclamar. Es interesante repasar un concepto del analista político Moisés Naim cuando se refiere a las causas que impulsan las protestas sociales: “Los habitantes de países que no son desarrollados pero están en camino de serlo tienen un sector medio que exige cada vez más. Hasta hace poco estaba debajo de la línea de pobreza, pero vivió una década de prosperidad. No le basta que le construyan un edificio que le llamen escuela, quiere que haya educación de buena calidad; no basta una casa, quieren tener agua potable; no quieren solo un hospital, quieren curarse. Exigen una mejor calidad de los servicios públicos a una velocidad que supera la de los gobiernos para dar respuestas”.
Al kirchnerismo le gusta –y no es una excepción en la política argentina- hablar de la herencia que recibió y lo que hizo para cambiarla. Pero ya pasaron 12 años y los países se construyen mirando hacia adelante. Al que le siga la Presidenta le dejará un legado que, por complejo, excede largamente lo económico y que tiene como eje la institucionalidad. Es urgente reconstruir el sistema organizacional, abandonar la discrecionalidad con que se manejan las diferentes áreas de la vida doméstica. Ese aspecto tiene incidencia en otros que, probablemente, los ciudadanos sienten más cercanos y urgentes, como puede ser la inflación.
El hecho de que cada situación tenga una respuesta individual no es el marco institucional habitual en los países más avanzados. El sentido común marca que se establecen normas generales y a partir de ellas se desarrolla la cotidaneidad. Claro que este problema supera al kirchnerismo, ya que la falta de políticas de Estado es una constante en la Argentina, pero en la última década la arbitrariedad es ley.