Por Pablo Esteban Dávila
[dc]E[/dc]s un tipo simpático, de eso no hay dudas. En el almuerzo de la Fundación Mediterránea prodigó fotos y saludos a todo aquel que quiso acercársele. Ninguna pose de divo. A pesar de ser la actual “prima donna” de la política nacional, Sergio Massa parece un muchacho de barrio, bastante alejado de la amable indiferencia con que suele obsequiar Mauricio Macri o de los edulcorados saludos que los políticos más clásicos dispensan por doquier. Desde un punto de vista humano, no hay dudas que el diputado nacional (y firme candidato a la Presidencia) dejó una imagen positiva en aquel auditorio.
Sin embargo, esta sensación cambia al analizar lo que dijo desde el estrado. Un discurso carente de ideas fuerza, dicho en tono de tribuna bonaerense, no alcanzó para convencer a los empresarios reunidos. Es cierto que fue escuchado con mucha atención, pero probablemente el fenómeno se haya debido al tono de sus palabras (más alto del que normalmente se utiliza en la Fundación) y al hecho –más prosaico– que el plato principal ya había sido retirado de las mesas. Sólo la mención a una “cuenta única del ciudadano” en poder de la ANSES como medio para ordenar la errática política de subsidios nacionales, puede ser calificada de novedad. El resto, una retahíla de lugares comunes y expresiones voluntaristas.
No ayudó a preparar el clima la intervención de Miguel Peirano, exministro de economía de Néstor Kirchner. Presentado como un referente de los equipos técnicos del Frente Renovador, Peirano lució como un payador económico, improvisando un discurso ante un auditorio que, normalmente, sufre con las improvisaciones. Para muchos que concurren a estos almuerzos, la comparación con el economista estrella del macrismo, Carlos Melconian, fue natural y venenosa. Melconian es extrovertido pero preciso, filoso como un bisturí. Es tan divertido como exacto y, no obstante que también improvisa, nadie parece darse cuenta. Un mes atrás, Macri lo utilizó como su partenaire en ese mismo ámbito, y quedó claro que el Jefe de Gobierno porteño conduce un equipo solvente. Peirano no dejó la misma impresión.
Si Massa no hubiera sido el verdugo del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, probablemente su disertación habría sido conceptuada como razonable. Pero, al menos entre las opiniones que pudieron recogerse, muchos pretendían algo más que un discurso símil barricada de alguien que parece ser el más firme candidato para suceder a Cristina Fernández en 2015.
Este nivel de expectativas se explicaba porque, en buena medida, el fenómeno Massa no se entiende bien desde el interior del país. En rigor, se trata de un exfuncionario de la actual presidente que, luego de un paso no demasiado feliz por la jefatura de gabinete de ministros, regresó a la intendencia de Tigre para llevar adelante una excelente gestión. Pero ocurre que en muchas ciudades del país hay intendentes sobresalientes que, sin embargo, ni en sueños pueden pretender estar en el lugar que hoy ocupa este singular diputado. El hecho que Massa pudiera escalar hacia una posición tan expectable desde –apenas– un gobierno municipal, intriga a mucha gente llamativamente bien informada. Gran parte de ella, al menos en Córdoba, se dio cita el lunes para ver de cerca al fenómeno y sacar sus propias conclusiones las que, como pudo advertirse, no resultaron del todo benévolas.
Pero esto no significa que el hombre no tenga la audacia que siempre es inmanente a todo proyecto político. Por el contrario, parece estar lleno de este atributo. El exacto momento en que salió a golpear el proyecto de Código Penal, su actual polémica con Eugenio Zaffaroni y la pataleta legislativa que protagoniza contra el impuesto a las ganancias ilustran adecuadamente su carácter. Además, es dueño de un manejo de los tiempos propio de un realista consumado. Antes de las elecciones hizo de su candidatura una novela de suspenso, mientras que ahora se abraza –un tanto inesperadamente– con José Manuel de la Sota tras haber sugerido, apenas un par de meses atrás, que el gobernador formaba parte de “lo viejo”. Podría decirse que su imagen se agiganta con los golpes de efecto antes que con sus ideas de gobierno, bien a tono con la democracia – espectáculo que, en dosis cada vez mayores, consume el electorado.
El gobernador tal vez piense lo mismo en su fuero íntimo y, probablemente, hasta envidie la suerte que acompaña a su reciente aliado. El también es un hombre de acción (y mucha) que además tiene conceptos profundos y una notable enjundia discursiva, pero que, sin embargo, se le ha negado sistemáticamente la oportunidad de ocupar una posición central en la política nacional. Probablemente nunca hubiera llegado a Massa de no haber mediado la exasperante lentitud de Daniel Scioli para romper con el kirchnerismo, un impulso negativo que podría juzgarse como impropio en un dirigente de su capacidad. Pero con visceralidad y desengaños también se construye la política. Si alguien lo duda, pregúntesele a Eduardo Duhalde porque, para derrotar a Carlos Menem, eligió a alguien como Kirchner para sucederlo.
Con Massa, De la Sota reingresa al debate fuerte de la política nacional y se refuerza en su rol de opositor a la Casa Rosada por carácter transitivo. El diputado, por su parte, construye una cabeza de playa en el interior de la mano de un gobernador respetado, y avanza algunos casilleros por sobre Scioli y Macri, sus competidores directos en una especial franja del electorado. La sociedad parece tener futuro, a condición que ninguno de los dos se muestre como superior al otro. La pregunta sobre quién será el primus inter pares no debe ser, todavía, respondida abiertamente.
Queda alguien que, más allá de la Mediterránea y de su discurso, aprueba silenciosamente la entente massista con De la Sota. Es Ramón Mestre, quien prefiere mirar todo esto por tevé. Hasta el lunes pasado había sido el único cordobés que lucraba activamente por su cercanía con Massa, con la aislada excepción de Martín Llaryora. Pero esta afinidad tenía sus bemoles. La creciente irritabilidad de Cristina Fernández hacia el diputado bien podría haberse derramado hacia todos aquellos que estuvieran en sus cercanías, sin distinción de partidos. El hecho que el gobernador sea ahora su allegado más visible en Córdoba alivia a un intendente que, adicionalmente a sus actuales problemas, también hubiera podido ser el blanco de las represalias presidenciales. Tampoco es menor considerar el hecho que, más allá del respecto y de las coincidencias generacionales que ambos pudieran tener, la suya hubiera sido una relación difícil de materializar cuando llegara el momento de las definiciones.
El desembarco de Massa en Córdoba no fue un evento inolvidable. En la Mediterránea dejó un sensación ambigua y no faltó quienes comentaran que el misterio de su popularidad se había hecho más insondable tras escucharlo. Pero fue recibido como un jefe de Estado por el gobernador y el intendente, y la prensa siguió sus movimientos al estilo de un rock star. Dejó una alianza en puertas y una sensación de alivio en un amigo radical. No parece poca cosa para alguien que, al decir de Luis Juez, se hizo conocido por administrar un country, en malévola referencia a la Municipalidad de Tigre. Algo tiene el muchacho aunque, por ahora, algunos no parecen advertir de que se trata.