Neoliberales somos todos (y todas)

Por Daniel V. González

cristina_calafate8_60356Hasta hace muy poco tiempo, la inflación no existía.
No figuraba en ningún discurso oficial ni era tenido en cuenta por los principales operadores políticos y económicos del gobierno. Cuando una periodista extranjera requirió al entonces ministro de Economía sobre los precios, éste confesó que deseaba irse del reportaje. Los que decían que había inflación y la medían sufrían la persecución por parte del gobierno. Eran multados y escrachados.
Pero de pronto todo cambió. Ahora pasó a ser el tema casi exclusivo de los desvelos del gobierno. Ahora hay que cuidar los precios. Al parecer, el gobierno no supo cuidar el precio del dólar. Pero ahora convoca a todo el mundo a cuidar los precios de un puñado de artículos para que sus valores no se disparen, para que en el próximo índice se pueda exhibir una sustancial baja en la inflación.
Es que ha llegado el ajuste. Y es preciso amortiguar sus efectos. Sus efectos reales y también los ideológicos. Porque para el gobierno la batalla en este último plano es muy importante. Tanto o más que la verdadera batalla de los precios. El debate de las ideas está en un primer plano para el kirchnerismo. Pero claro: la situación del gobierno no podría ser más incómoda. Es que finalmente se verificaron los pronósticos de la oposición. Tomaron cuerpo las advertencias de los economistas no kirchneristas, a quienes el gobierno unifica bajo el rótulo genérico de “neoliberales”.
El incómodo momento del ajuste, finalmente llegó. ¡Qué situación tan odiosa! ¡Tener que apelar al instrumental teórico y técnico del cual se ha renegado durante tantos años! ¡Tener que admitir que los críticos tenían razón y que los que estaban equivocados eran ellos, la gente del gobierno! Sí, es un momento complicado.

Obligados por los malos
La primera línea de explicaciones ha sido ésta: “los poderosos le han torcido el brazo al gobierno; lo obligaron a devaluar”. El gobierno no hubiera querido hacerlo pero las corporaciones, los poderes concentrados, los ricos, los malos, lo obligaron a tomar estas duras medidas. Los empresarios, ávidos de riquezas, le hicieron una propuesta que el gobierno no pudo rehusar, para usar el lenguaje de la Familia Corleone. Esta es la explicación del mundo Carta Abierta para quienes la economía es una disciplina maleable a fuerza de política y palabras. Los muchachos se reúnen, dicen que fueron obligados a devaluar, dan un par de discursos con tonos vibrantes y luego se retiran a comer una pizza y darse fuerza unos a otros en su ardua lucha contra el poder mundial. Y todos quedan felices.
Pero algunos intuyen que se trata de una explicación un tanto liviana, poco sólida. Porque empresarios ávidos hay en todo el mundo. ¿Por qué justo nosotros, los argentinos, no pudimos frenar su avidez? ¿Cómo explicar las bajas inflaciones de toda la región excepto en Venezuela y Argentina? ¿Cómo es que ahora el gobierno debe apelar a medidas que desde hace tiempo vienen recomendado los economistas y políticos de la oposición?

¿Ajuste heterodoxo?
Y ahí viene una segunda línea de argumentaciones. Dice más o menos esto: “es verdad que hay un ajuste en marcha pero se trata de un ajuste heterodoxo, no un ajuste neoliberal. El ajuste que encara el gobierno protegerá a los que menos tienen, a los más pobres”.
Cabe preguntarse por qué se llegó a la necesidad de tomar una serie de medidas económicas que comúnmente se denominan “ajuste”, palabra que todos evitan pronunciar pero que representa como ninguna otra la naturaleza y direccionamiento de las medidas económicas que involucra. ¿Por qué se hizo necesario abandonar algunas prácticas y adoptar otras distintas? ¿Por qué tuvo que apelarse a medidas que se condenó reiteradamente y se juró que jamás se adoptarían, como la devaluación?
Fue así porque durante largos años, el gobierno descuidó algunos equilibrios macroeconómicos esenciales y quebrantó leyes económicas elementales. Durante años, el gobierno expandió el gasto público de un modo intenso. Ello le trajo innumerables beneficios políticos. Convenció a muchos electores de que había descubierto una política económica que le permitiría gastar en forma más o menos ilimitada, beneficiando mediante extensos subsidios a la porción más pobre de la población. El impacto electoral de esta expansión del gasto público fue, naturalmente, impresionante. La economía se expandía, crecía a buenas tasas, las ofertas de trabajo crecían de la mano del empleo público. El transporte, el gas, el agua y la electricidad eran muy baratos. A eso se sumaban las jubilaciones sin aportes, la Asignación Universal por Hijo y planes similares de impacto directo sobre el bolsillo de los sectores marginales de la economía.
Todo ello se realizó en un marco de abundancia de recursos por factores, en lo esencial, ajenos al plan económico. Pero aún así, fueron insuficientes. Regresó el déficit y éste se cubrió con emisión monetaria. Y volvió también la inflación creciente, arrastrando varios problemas: atraso cambiario, caída en los salarios reales y potencial aumento de la recesión. La situación se complicaba día a día. De la inflación de un dígito se pasó al 25/30% anual, entre las más altas del mundo. ¿Qué hacer ante esta situación? Las posibilidades no son muchas y las medidas que deben tomarse siempre abrevan en lo que el gobierno denomina “neoliberalismo”. En la ortodoxia más descarnada.
Y en este terreno no hay demasiadas opciones. Al contrario: los llamados “planes de estabilización” (denominación caída en el olvido) se parecen unos a otros como gotas de agua. Los ajustes son todos muy parecidos unos a otros y contienen elementos ineludibles.
Uno de ellos es la devaluación. Ocurre que, con la inflación, comienzan a padecer los exportadores. Y, al tornarse el dólar barato, las importaciones son estimuladas. Eso se corrige devaluando.

Chau Lord Keynes
Otro elemento presente en los planes de estabilización es la disminución del gasto público y de la emisión monetaria. Y el aumento de la tasa de interés. Como puede verse, todas estas medidas son recesivas. Están muy lejos de ser “keynesianas”. Son, más bien, lo contrario. Pero el gobierno no puede hacer otra cosa que la que hizo. Si continuaba emitiendo y gastando, corría el riesgo de estimular aún más la inflación y derrapar hacia una hiperinflación. Por eso el ajuste.
Pero hay algo más. Estas políticas antiinflacionarias también afectan los salarios. Y esta es la parte más complicada de todo el plan. Veamos la situación: los niveles salariales actuales han soportado un fuerte aumento de precios. Los sindicatos quieren un aumento compensatorio. Pero el gobierno pide prudencia para las próximas paritarias. Y tiene razón: si los aumentos son altos (30/35%) es indudable que eso repercutirá nuevamente en el nivel de precios y alimentará la espiral. El gobierno siempre argumentó que el alza de salarios y la emisión monetaria no eran causa de inflación. Parece haber cambiado de punto de vista. Ahora reduce la emisión y pide a los trabajadores que se resignen a ganar salarios por debajo de la inflación.
Así son los ajustes. Son todos “malos” por sus efectos inmediatos. Pero imprescindibles para corregir desfases previos, excesos desequilibrantes. La apuesta de los “ajustes” (no hay que temer llamarlos por su nombre) es evitar que la economía se desbarranque. Se busca corregir los problemas para lograr nuevamente la estabilidad y recuperar el crecimiento.
El populismo generalmente subestima el valor de la estabilidad. Lo considera poco menos que una obsesión liberal. Sin embargo, la estabilidad beneficia a los más pobres y potencia el consumo al promover, entre otras cosas, el crédito a largo plazo.
Como sea, está en marcha un ajuste que tiene las características de tantos ajustes que se hicieron en la Argentina en el pasado. Es previsible que el gobierno no se resigne a ofrecer el rostro odioso de quien quita una parte de lo que dio en años anteriores. Oscilará entre la continuación de la dieta y el abandono. Caminará por esa cornisa tratando de pasarle al próximo gobierno tanto ajuste como le sea posible.
Veremos si lo logra.