Por Gonzalo Neidal
[dc]E[/dc]l régimen cubano es una criatura que sobrevive proveniente de un tiempo que ya no existe. Al igual que Corea del Norte. El mundo de ambos comenzó a hundirse en 1986 cuando Mijail Gorbachov implementó sus políticas de apertura y cambios: la Perestroika y la Glasnot. El soviético intentó refrescar el aire viciado de una sociedad estancada y sin rumbo y abrió una ventana por la que entró el torrente de la libertad política y económica.
Luego vino la historia que ya sabemos: la caída del Muro de Berlín en 1989 y la implosión del mundo socialista, carcomido por sus propios virus internos, principalmente la falta de libertades individuales elementales y la impotencia económica. Varios años antes, la mirada de Deng Xiao Ping percibió la necesidad de instrumentar cambios que pudieran torcer el destino similar que aguardaba a China. Las reformas capitalistas instrumentadas (mercado, inversión local y extranjera, apropiación individual de la ganancia) hicieron del país asiático la potencia que hoy es.
Cuba nunca pudo zafar de la condición misérrima a que la condena el sistema socialista. Su decadencia puede percibirse con sólo repasar las imágenes que nos llegan: edificios derruidos por el paso del tiempo, automóviles modelos 40 y 50, millones que viven al límite de la pobreza, sin horizontes de realización personal ni de prosperidad individual. El desarrollo en materia de medicina y educación, tan ponderados por los socialistas, eran ya elevados antes de la revolución. Cuba nunca fue Haití, siempre fue un país con un desarrollo superior a todos los que los rodean en el Caribe.
La asfixia económica que supone el socialismo, es natural, se extiende a las libertades políticas. Sólo se imprimen diarios oficialistas que repiten, una y otra vez, como una letanía, las supuestas hazañas de la revolución, recuerda los aniversarios de tal o cual batalla y reivindica las acciones heroicas de este o aquel guerrillero. Pero la sofocación no sólo es en la economía sino también en lo político y cultural, como ocurre siempre. La libertad es única e indivisible. Y la tiranía, también.
Cuba pudo postergar los cambios durante tantos años porque su economía fue sostenida por la URSS, primero y por Venezuela, ahora. Sin embargo, la situación está llegando a su fin. Se derrumba ante el peso de las evidencias. Los cubanos sobrevivieron también gracias al turismo extranjero facilitado por inversiones realizadas preferentemente por los españoles. Además, sobrevivieron por su ingenio inagotable, ejerciendo diversos trabajos en forma clandestina. Guías de turismo, taxistas ilegales, vendedores de frutas y verduras, también clandestinos, realizadores de vídeos de acontecimientos sociales, etcétera.
Pero todo esto ya está terminando. El gobierno se vio obligado a habilitar centenares de actividades, profesiones y comercios. El peso de una realidad de fracaso completo está llevando al gobierno a la implementación de cambios que más tarde o más temprano, llevarán a Cuba hacia una sociedad capitalista y democrática. La desaparición de los Castro será, sin duda, una contribución importante de la biología hacia la sociedad que vendrá.
El silencio latinoamericano
Ninguno de los presidentes de América Latina se atreve a decir que en Cuba existe una dictadura. De eso no se habla. Nadie habla. Las dictaduras militares de los años sesenta, setenta y comienzos de los ochenta concitaron un repudio unánime, pasados los años. Pero a Cuba no se la toca. Forma parte de la cultura progresista latinoamericana y muy pocos presidentes objetan su sistema político y económico. Probablemente temen quedar estigmatizados como agentes del imperialismo norteamericano. Nuestros progresistas, nuestra izquierda, aún hoy reivindica al tirano y lo inscribe en las luchas heroicas de los pueblos por su independencia de los imperios. No les ha alcanzado medio siglo de fracasos y dictadura. No les ha bastado ver cómo terminaron los regímenes similares de otras latitudes (Rumania, por ejemplo). No les sirvió tampoco la explosión de los pueblos árabes de hace tres años. Ni les sirve tampoco leer los diarios de estos días, donde se publican los acontecimientos de Ucrania.
Pero esta adhesión a los Castro ya ha comenzado a resquebrajarse incluso en las filas de sus antiguos seguidores. En mucho ha contribuido la existencia de Internet y, con ello, el conocimiento directo y cotidiano que tiene todo el mundo de los acontecimientos en la isla. Ya hay todo un movimiento cultural de resistencia en procura de una sociedad con mayores libertades personales, políticas y económicas.
Pero los presidentes latinoamericanos se resisten a calificar como se debe a un régimen vetusto, decadente y dictatorial. En Europa ocurrió lo mismo durante décadas. Los intelectuales condenaban las dictaduras “de decrecha” (Mussolini, Hitler) pero hacían un silencio vergonzoso respecto de los regímenes socialistas con centro en la URSS pero difundidos por la mitad de Europa. Unos crímenes resultaban abominables (y en realidad lo eran) pero los otros, los socialistas, eran cuidadosamente silenciados y, de ese modo, aceptados. Esta diferencia de canon también existe ahora en América Latina, respecto de Cuba. Un país en el que no existe libertad de asociación, rige un sistema de partido único, donde un gobernante permanece durante 50 años en el poder y es heredado por su hermano, un país que durante décadas impidió la libre circulación de personas, donde no existe la libertad de prensa ni de reunión ni de manifestación, no resulta repudiado por los presidentes de la región. ¿Es cobardía? ¿Es prudencia? ¿Es oportunismo hacia políticas que se suponen “correctas”?
La Argentina ante Cuba y el socialismo
El gobierno de los Kirchner, especialmente Cristina, ha tenido una actitud de beneplácito hacia el régimen cubano a lo largo de todos estos años. Es la proyección internacional de posicionamiento “progresista” en la política interna. Cristina no viaja a Davos pues ahí están los ricos. Pero viaja a Cuba, a una reunión de la CELAC cuya agenda casi siempre resulta inconducente, declarativa, puramente ideológica.
Al asumir Obama, mientras recibía los atributos presidenciales, Cristina visitó Cuba e hizo saber (hay vídeos en Youtube) que ese acto no era casual sino deliberado y que, con eso, ella quería simbolizar su ubicación política junto a Cuba contra los Estados Unidos.
Por eso no resulta sorprendente el homenaje a Ernesto Che Guevara durante su estadía en la isla, días pasados. Guevara fue un fracaso dentro del fracaso. Intentó extender la guerrilla a otros países de la región, con los resultados conocidos. Hace pocos días, cuando se cumplieron 25 años del intento de copamiento del cuartel de La Tablada, el canal público puso al aire un informe vindicativo de ese hecho criminal, realizado en tiempos de democracia. ¿Cómo no reivindicar a Guevara, entonces, padre del terrorismo vernáculo, al cual se acepta y evoca?
Hace un par de años, Argentina encabezó un hecho bochornoso para las relaciones entre países hermanos: hizo expulsar a Paraguay del Mercosur. El argumento fue que el entonces presidente Lugo había sido sacado del poder por la fuerza. Sin embargo, su destitución fue aprobada por inmensa mayoría por ambas cámaras legislativas de su país y refrendada por la Corte Suprema de Justicia paraguaya. Brasil y Uruguay, refrendaron la medida propuesta por Argentina. Un hecho vergonzoso que supone claramente la intromisión en la política interna de un país hermano. Todo eso fue hecho para que Venezuela pudiera ingresar al Mercosur pues el Senado paraguayo demoraba la aprobación de su ingreso. Tanto prurito argentino por la democracia sucumbe ante la adhesión vergonzosa al régimen de los hermanos Castro.
Pero corren tiempos de cambio en toda América Latina. La propia Cuba está abandonando, por la fuerza de los hechos, por su propio fracaso, un sistema que ya no soporta más. De la mano de las libertades económicas que se han aprobado, entrará el vendaval de la libertad y rodarán estatuas, instituciones, proscripciones, policías secretas y matones.
Y la pretensión grotesca de que un pueblo puede vivir para siempre sin ser dueño de su propio destino.