Por Gonzalo Neidal
[dc]E[/dc]n la anterior entrega nos hemos referido a algunos conceptos sostenidos por el populismo y referidos a la economía mundial. Ahora añadimos algunos vinculados a la economía argentina.
6) La inflación y sus causas
Todos sabemos que para este gobierno la inflación no existe. A esta locura negadora no podemos ya achacársela sólo a Guillermo Moreno pues se ha sumado recientemente el propio ministro de economía Axel Kicillof. Y, por supuesto, la presidenta. Ella nunca habla del tema más importante y traumático de la economía argentina. Que tiene, además, inmediatas y graves consecuencias económicas y sociales. Afecta, por ejemplo, todo el comercio exterior argentino. Complica crecientemente a los exportadores y favorece, por ejemplo, las importaciones ociosas, los productos de lujo. Desalienta a los extranjeros a visitar el país y empuja a los argentinos a viajar al exterior, pues resulta –incluso con los impuestos correctivos- bastante barato.
Para quienes no lo recuerden, la inflación es una maldición que hemos soportado durante décadas en la economía argentina, hasta que llegó la convertibilidad, período más largo de estabilidad en la economía moderna. Claro que luego estalló todo pues el tipo de cambio fijo no podía durar para siempre. Luego sobrevino el reacomodamiento y la estabilidad. La abundancia de recursos producto de la triplicación de los precios de nuestras exportaciones agrícolas, la holgura fiscal y de la balanza comercial (los famosos superávits gemelos). Y luego reapareció la inflación. Fue a partir de 2008.
Como el populismo tiene una visión conspirativa de la política y la economía, su explicación sobre la inflación es muy sencilla: son las corporaciones, los monopolios, las grandes empresas que se aprovechan de su situación predominante en el mercado y remarcan los precios “a piacere”.
Al parecer, se trataría de un comportamiento exclusivo de los empresarios argentinos pues en toda la región –excepto Venezuela, claro- no existen tasas de inflación como las que tenemos en Argentina.
El populismo, además, niega expresamente que la inflación tenga su origen en la monetización del déficit fiscal, ocasionado por un exceso en el gasto público. Esa es una visión liberal de la inflación, sostienen horrorizados. Para el populismo pareciera que el gasto público puede ser expandido sin límite. Y sin consecuencias. Tampoco los desmedidos aumentos salariales tienen nada que ver con la inflación. Claro que esto resulta ridículo. Si la emisión no fuera causante de la inflación… ¿qué problema habría en repartir dinero diariamente, a manos llenas? Si el aumento de los salarios nada tuvieran que ver con la inflación… ¿por qué no se duplican los sueldos?
El populismo siempre llega a situaciones como la actual, en que existen dos caminos: el ajuste, la corrección del rumbo dispendioso emprendido o bien un estallido de proporciones variables, según la situación, humor social, etc. Y cualquiera de ambos resulta traumático.
7) El tipo de cambio competitivo
El dólar caro ha sido el agujero del mate inventado por el relato económico K. Sus efectos resultan redondos para la economía. Veamos: a) impulsa las exportaciones, b) desalienta las importaciones, c) contribuye a un nivel alto de retenciones al agro, d) fortalece el presupuesto, e) permite al estado un alto nivel de gasto público. ¡Es una maravilla!
En los primeros años de gobierno K, este genial descubrimiento funcionó a full. Los teóricos del relato lo consideraban uno de los pilares del modelo. Pero claro, pasó el tiempo y la inflación fue comiéndose la ventaja del tipo de cambio alto. Hacia 2008, tras la crisis con el campo, el gobierno se jactaba de poderlo mantener a 3.05 y, de ese modo, perjudicar al agro que lo había enfrentado.
Para esa época comenzó a dispararse la inflación y empezó, consecuentemente, a debilitarse el llamado tipo de cambio competitivo. El dólar caro pasó, paulatina pero inexorablemente, a ser barato. Una de las consecuencias nefandas de la inflación.
Ahora bien, si el tipo de cambio alto es un gran aporte a la economía, uno podría preguntarse por qué no se lo restablece. Por qué el gobierno no lo fija en un buen nivel, que satisfaga a los exportadores y, además, aporte a las arcas fiscales vía retenciones. La razón es sencilla: ello aportaría combustible a la inflación, además del impacto inmediato sobre los ingresos de los más pobres vía transferencia de ingresos hacia el sector exportador.
De tal modo que el tipo de cambio competitivo es un recurso interesante pero en el caso de que uno lo herede, que el costo del ajuste lo haga otro. En el caso del kirchnerismo, el dólar caro fue una de las consecuencias del estallido de la convertibilidad. Fue el gobierno de Eduardo Duhalde el que hizo el gasto. Néstor se benefició de una medida que tomó su antecesor. Pero ahora el problema ya está nuevamente planteado. Con el reciente cambio de equipo económico, el gobierno intenta producir una actualización creciente del precio del dólar. Está acelerando la devaluación del peso. Pero eso tiene, por supuesto, costos inflacionarios.
8) Los noventa
Es imprescindible que un economista populista cuestione “los noventa” y, además, les adjudique todos los males de la economía argentina desde la Revolución de Mayo en adelante.
La razón es muy simple. Durante los noventa se realizaron transformaciones que los populistas abominan: desregulación de la economía, estímulo de la iniciativa privada y, sobre todo, las privatizaciones. Pero, además de todo, lo peor ha sido que la economía creció, la industria también, el agro avanzó pese a los bajísimos precios internacionales. Pero falta aún lo peor de lo peor: la gente, el pueblo respaldó este programa en las elecciones de 1991, 1993, 1994, 1995, pues sentía que se beneficiaba.
Además, durante los noventa, se abatió la inflación durante diez años. Se lo hizo con un sistema poco liberal y más bien afín, en lo ideológico, al populismo. La fijación de un tipo de cambio fijo, todos lo sabían, no es algo que pueda durar para siempre. Sin embargo, nadie quería cambiarlo. Todos apostaban a él para siempre. Cavallo había sido despedido en 1996 y en el lustro siguiente el gasto público se disparó, sobre todo durante el gobierno de Carlos Menem. Ello afectó los equilibrios macroeconómicos que resultan indispensables para que un régimen de tipo de cambio fijo permanezca en el tiempo. Cavallo, con gran voluntarismo y omnipotencia, pensó que su sola presencia podía parar la crisis que se avecinaba, pero no fue así: sobrevino el estallido.
Los populistas respiraron aliviados. Con la convertibilidad (tipo de cambio fijo) ellos podían arrojar también lo que más les importaba: las privatizaciones. ¡El neoliberalismo! Así arrojaban, con picardía e intención, el agua de la bañera con chico y todo. El estallido de la convertibilidad demostraba lo malo que son las privatizaciones y lo bueno que es que el estado gestione todo lo que pueda. Y esto nos lleva al punto siguiente.
9) La defensa del patrimonio nacional
El populista tiene, en el fondo, un espíritu profundamente anticapitalista. Es un socialista vergonzante. Sobre todo después de la implosión de la URSS y las reformas en China. El populista aspira a extender el estado en la economía tanto como pueda, con prescindencia de los resultados. Odia la iniciativa privada. Lo dijo claramente Kicillof, el ministro de economía. Para él, expresiones tales como “seguridad jurídica” y “clima de negocios” son abominables.
El populista quiere todas las empresas de servicios públicos en manos del estado. Esa es su versión mínima. En Venezuela, el estado se atreve incluso con empresas productoras de bienes, con resultados desastrosos como ha podido verse de sobra durante todos estos años.
El relato populista entiende que la propiedad pública es decisiva pues se trata del “patrimonio nacional”. El resultado ya lo conocemos: se acumulan los déficits y las ineficiencias. Las empresas no funcionan, no se invierte, llega el retraso tecnológico, la sobrecarga de empleados y entonces su supervivencia se torna insostenible. Así llegaron las privatizaciones a la Argentina. Durante la última década las privatizaciones se revirtieron parcialmente. Estamos repitiendo el ciclo. Más tarde o más temprano nuevamente llegaremos a donde ya estuvimos.
10) Vivir con lo nuestro
La frase tiene encanto. Expone cierto orgullo patriótico. Es el título de un libro de Aldo Ferrer escrito hacia fines del año ’83. Y para ese tiempo no estaba mal. Al menos en un sentido: el peso de la deuda externa era tan grande que se proponía una refinanciación forzosa. Ante las consecuencias que ella podía traernos en el mercado internacional de capitales, Ferrer decía que vivamos con nuestros propios recursos.
Pero luego, encantado con su frasecita, la extendió al resto de la economía. Intentó convencernos de que Argentina tiene una alta capacidad de ahorro y que, en consecuencia, no necesita del aporte exterior. Lo que vemos en nuestros días es que Ferrer no tenía razón. El gobierno está haciendo esfuerzos desesperados para volver al mercado de capitales del que se excluyó al renegociar la deuda tal como lo hizo.
Pero, además, Ferrer también alude a lo innecesarios que son los capitales extranjeros invertidos en industrias. Y esto ya resulta doblemente arcaico y poco funcional. La inversión extranjera directa, los capitales invertidos en emprendimientos industriales, comerciales y de servicios, traen consigo nueva tecnología, innovaciones que luego se replican en el resto de la economía. El caso de YPF, acordando con Chevron y clamando por más inversiones es una nueva desmentida para un slogan que fue sepultado por los escombros del Muro de Berlín.