Orgullo heterosexual

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

2013-11-15CONTRATAPA[dc]V[/dc]aya si es injusto que Leo García represente, para las mayoría de los que lo han oído nombrar, apenas si algo más que un “one hit wonder”. Es decir, uno de aquellos intérpretes que trascienden a partir de un único éxito, con el cual se los identifica de aquí a la eternidad sin que nada de lo hagan después pueda eclipsar aquel éxito maravilloso. El hit en cuestión los premia de la misma manera que los destierra. Y el mundo sigue andando.
En el año 2001, cuando la Argentina se despedazaba bajo el agobio de los tironeos del colapso económico, por las radios comenzó a circular la chispa de un tema que no tardaría mucho en incendiarlo todo. Al principio, impactaba por su letra literalmente homosexual. Pero a la segunda o tercera escucha, el estribillo de “Morrissey” se prendía como abrojo a la memoria auditiva de los oyentes, que se olvidaban de la temática para tararearlo.
Con letra del periodista Pablo Schanton y producción de Gustavo Cerati, “Morrissey” hizo furor entre los restos humeantes de las barricadas y se apropió de un panorama que volvía a mirar hacia el rock nacional, ante la inminencia de una devaluación que retacearía la música importada. Era el momento y el lugar indicado para esa pieza sonora de pop simple y síncopa fácil, que además se animaba a jugar con el desenfado sentimental entre dos personas del mismo género.
Precisamente, trasponer ese tabú fue su mayor virtud pero también fue el motivo por el que se arrinconó al artista y a su obra en el escalafón donde yacen quienes traspasan los límites y, una vez allí, se dan cuenta de que los han dejado en offside. El repetido “Morrissey, Morrissey, Morrissey”, más que un tributo al admirado líder de The Smiths, se transformó en una muletilla para la burla.
En esta condición se perpetuó ese tema, que había sacado del anonimato a este músico batallador de la escena under en los noventa y que al mismo tiempo lo condenó a la categoría de la militancia gay, una vertiente que no parecía compatible con la proverbial homofobia que exhiben ciertos sectores rockeros. Que la canción fuese atractiva en su formato musical pasó a segundo plano. A su osadía verbal ni siquiera se le permitió ingresar dentro de los cánones de lo “kitsch”, que empezaba a ser reivindicado en fiestas “bizarras”.
Después de ese impacto, Leo García trabajó a destajo, procreando álbumes de alta intensidad y generando proyectos solistas o grupales que alcanzaron un notable desarrollo tanto en el estudio como sobre el escenario. Con banda o sobre pistas, sus canciones levantaron vuelo, transmitiendo siempre un mensaje vital y estimulante. Con intervalos prudenciales, sus discos fueron apareciendo con regularidad; y nunca faltaba en ellos el “milagro del pop”, como él mismo lo ha definido: ese toque misterioso que otorga a un tema el don de la reproducción infinita.
Pero ya nada fue como antes de “Morrissey”. Más allá de su empeño y su estatura creativa, para el público en general sigue siendo el que cantaba aquella memorable oda al divo de Manchester. El tipo que se bancó interpretar no solo una historia de amor homosexual, sino que osó insinuar que uno de los integrantes de esa pareja masculina, tenía además una novia. Un dardo en el corazón del orgullo heterosexual que nunca le fue perdonado.
Esta noche, Leo García volverá a Córdoba para presentar en el club Belle Epoque su disco “Algo real”, la última muestra publicada este año de su trabajo artístico. Contra todos los prejuicios de este mundo, su show no estará restringido al público gay-friendly. Será tan amplio como lo es el espectro de opciones que brinda por estos días el mercado musical. Tan abarcador que hasta habrá lugar, tal vez, para una versión de “Morrissey”, la canción culpable de su condición de “one hit wonder”. Y que forma parte del recuerdo de aquellos días de furia vividos ni bien el siglo comenzó.