Por J.C. Maraddón
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[dc]P[/dc]cocas dudas caben a esta altura de que el peor pecado que cometieron los Beatles fue no haber dejado casi nada por inventar en cuestiones de rock y pop. En menos unas cuantas temporadas de trabajo conjunto, estos cuatro muchachos de Liverpool configuraron la paleta con todos los matices que iban a sonar hasta el presente, y que probablemente seguirán sonando hasta que alguien consiga el milagroso borrón y cuenta nueva.
Entre otros méritos, cabe adjudicarle al cuarteto británico una sensibilidad muy particular para captar todo lo novedoso que andaba dando vueltas por ahí, con el propósito de incorporarlo a sus creaciones. Más allá de ser pioneros o simples seguidores de la corriente, todo lo que pasaba por sus manos adquiría un brillo distinto, y se popularizaba de inmediato por muy experimental y complicado que fuese.
Llegados a 1968, lo que alguna vez había sido un conjunto se había desperdigado en esfuerzos personales. Titánicos, pero individuales al fin. Y así asumieron la producción de lo que sería uno de sus mayores aportes a la renovación del panorama artístico del mundo: el “álbum blanco”, una obra en la que sus talentos se medirían por separado en la mayoría de las piezas, que a pesar de todo terminaban encajando como en un puzzle.
Sin embargo, todavía quedaban algunos espacios para la labor grupal; intersticios que con el correr de los meses irían desapareciendo hasta que la implosión se hiciese inevitable y el sueño se acabara para siempre. Un ejemplo de esos oasis de aportes colectivos en el disco doble “The Beatles” sería la canción “Because”, a la que se considera infaltable entre las mejores aportadas por los Fabulosos Cuatro.
A partir de una idea compositiva que John Lennon habría tomado de Beethoven, Paul McCartney y George Harrison se sumaron en un coro al que la mano maestra de George Martin triplicó en su consola mágica. Así, lo que se escucha en la grabación son nueve voces que cantan en un tono de melancolía explícita, como si no se tratase de la formación musical más famosa del mundo sino de un terceto vocal surgido de algún templo religioso.
Como si eso no fuera suficiente para llamar la atención, decidieron acompañar la versatilidad de sus gargantas con un sonido que parecía antiguo, pero que provenía del instrumento que recién empezaba a ser utilizado por los rockeros: el sintetizador Moog. El bueno de George, siempre dispuesto a la experimentación sónica, se hizo cargo de ejecutarlo y de aplicarlo a un propósito climático que se logra con creces.
Después de su publicación, el tema fue versionado por infinidad de artistas. Quizá uno de los covers más respetuosos entre los que se escucharon corresponda al cantautor estadounidense Elliott Smith, de cuya muerte se cumplieron diez años esta semana. Su “Because” se hizo famoso porque se lo escucha en los créditos finales de la superpremiada película “American Beauty, de 1999.
Gracias a esa inclusión en la banda de sonido, muchos pudieron conocer a este talentoso compositor e intérprete que en ese momento llevaba casi una década de carrera. Ya había sumado muchos seguidores en 1997, cuando su tema “Miss Misery” sonó en el film ”Good Will Hunting”, también distinguido por la Academia de Hollywood. Pero al despuntar el nuevo siglo, Elliott Smith aparecía como un artista digno de admiración y respeto.
La depresión y el alcoholismo que lo acosaban desde las sombras y que se traslucían en sus canciones, vinieron entonces a hacer eclosión. Y un 21 de octubre de 2003, cuando contaba con apenas 34 años, su novia lo encontró muerto en su cama, con dos puñaladas en el pecho. Nunca se supo muy bien si se había tratado de un suicidio. La pareja había discutido poco antes del trágico desenlace y eso dio lugar a innumerables especulaciones.
Desde un mp3, Elliott Smith canta otra vez “Because” como tributo a su infinita admiración por los Beatles. Y esa perlita sonora vuelve a conmovernos. Como nos conmueve la sensación de que, según pasan los años, también las circunstancias van pasando y lo que queda son estos testimonios de un tiempo en el que parecía que las cosas iban a cambiar por prepotencia de talento.