Por Pablo Esteban Dávila
[dc]E[/dc]n nuestra columna del 15 de octubre nos propusimos de hablar de Carolina Scotto o, más precisamente, de su campaña. Ahora, ha llegado el momento de hablar de Amado Boudou, o de por qué a la candidata del Frente para la Victoria parece molestarle que se la muestre públicamente junto al vicepresidente del gobierno al que ella dice representar.
Conversar sobre el asunto no podría ser catalogado como una zancadilla mediática. Toda la campaña de Scotto gira en torno al diálogo, a “hablar sobre Córdoba” y, en tal contexto, referirse a la relación que ella y los otros integrantes de su partido cultivan con la Casa Rosada no debería ser intrascendente, al menos, a los fines de esclarecer los espíritus gracias al poder reconfortante de la palabra, tal como se sugiere en sus spots.
Tanto en las PASO como en la campaña legislativa, el Frente para la Victoria local ha evitado hacer cualquier tipo de referencia a la presidente Cristina Fernández y –mucho menos– a su vicepresidente, casualmente en ejercicio del poder. Los motivos son puramente tácticos: en Córdoba, confesar algún alineamiento con esta dupla es contraproducente. Aunque podría resultar extraño este silencio en personas que sostienen que “la palabra transforma, hace bien”, desde el punto de vista de la estrategia electoral la abstinencia es comprensible. “Hablar de Córdoba” es, por lo tanto, una coartada para evitar hacerlo de quienes representan el kirchnerismo a nivel nacional.
Sin embargo, y pese esta deliberada omisión simbólica, es inevitable pensar en Scotto como una diputada que jugará abiertamente a favor de las iniciativas y políticas de la Casa Rosada. Que su sigilo a este respecto obedezca a una transitoria cuestión de cálculo político no significa que, al corto plazo, su identificación con la Nación no termine siendo un hecho absolutamente comprobable. Es, por consiguiente, inevitable preguntarse qué es lo que piensa la candidata respecto a Cristina y a Boudou, quienes serán sus jefes formales a partir de diciembre próximo.
Algún adelanto ya hemos tenido. Y no parecen ser positivos. Por ejemplo, cuando se conocieron los afiches que postulan los sonrientes rostros de Scotto y Boudou bajo la leyenda “Por diez años más”, la exrectora los condenó diciendo que “forman parte de una campaña sucia”. Toda una editorial. Porque, dejando de lado el comprensible enojo que pudiera haberle producido el observar toda una ciudad empapelada con propaganda apócrifa del Frente para la Victoria, bueno será conocer por qué, a su criterio, aparecer junto al vicepresidente resulta un agravio.
Boudou no es el primer político de alta exposición pública en tener dificultades con la prensa y la justicia, pero tiene el privilegio de haber sido abandonado tan rápida como abiertamente por sus propios compañeros de ruta, incluida la postulante cordobesa. Es legítimo afirmar, por consiguiente que, en términos políticos, Scotto ha comprado los argumentos mediáticos difundidos la prensa monopólica sobre los chanchullos del vicepresidente. De otra manera, no podría mostrarse tan ofendida cuando algún pícaro la pone a su lado gracias al recurso del fotoshop. Lejos se encuentra de su ánimo ensayar alguna defensa o justificación del caído. Héctor Magnetto debe sentirse orgulloso de haber logrado semejante defección de parte de una de las más recientes y promisorias incorporaciones del modelo nac & pop.
El silencio que mantiene Scotto respecto a la presidente también es sugerente. No aparece en los afiches ni en su discurso. Las imágenes que se suceden dentro del spot de hip – hop y que invitan a hablar sobre Córdoba la evaden prolijamente. Carolina es una candidata sin pecado concebida.
¿Qué pensaría Cristina de esta negación? El uso del potencial es adrede dado que, con su post operatorio cumpliéndose a rajatabla, probablemente no se la haya informado de esta traición. Pero lo cierto es que ninguno de sus referentes provinciales habla de ella, ni siquiera para argumentar el muy obvio cliché respecto a “miren lo que se pierde Córdoba por no estar alineada con el gobierno nacional”. En su lugar, Scotto prefiere atacar a José Manuel De la Sota, como si estuviera postulándose a la Gobernación.
Hostigar al gobernador no es una opción natural en una campaña para legisladores nacionales. En principio, y como representante de un gobierno al que le encantan las menciones auto referenciales, Carolina debería sentirse más cómoda pontificando sobre los méritos de la gestión a la que pertenece antes que referirse a las falencias de sus opositores. Pero esto no es así. Quizá convencida que nada de los que diga a favor de Cristina la ayudará en la provincia, ha preferido concentrarse en De la Sota. Cree que embistiendo a un enemigo común logrará fortalecer la alicaída imagen presidencial. Se comporta como un Luis Juez ilustrado antes que como una teórica del kirchnerismo. El resultado es una candidatura que dice hablar desde el corazón pero que, en el fondo, sólo piensa en el réditos de las urnas.
El problema es que, al callar sobre la presidente y su gobierno, Scotto sugiere una capiti diminutio de los temas nacionales, de esos que deberá abordar cuando ocupe su escaño en la Cámara de Diputados. Con su mensaje eminentemente provincial ella asume que es una segundona del peronismo local, una seguidora de la agenda de otros más poderosos que la propia Cristina. En lugar de ocupar el centro de la escena como la principal espada territorial de la Casa Rosada, prefiere mostrarse como una esparrin del gobernador, compitiendo simbólicamente con otras fuerzas menores que también razonan del mismo modo. Incluso llega al ridículo extremo de reinterpretar a la propia presidente cuando, en el ya comendado spot de los raperos, aparecen remeras estampadas con el “fuera Monsanto”, ignorando el apoyo de la propia Cristina a la radicación de la multinacional.
En el fondo, Scotto calla más de lo que habla. Si se permite el oxímoron, aturden sus silencios sobre temas tales como la inflación, la economía, el sector externo, la política agropecuaria, los controles de precios, el rol de Guillermo Moreno, la situación de Argentina en el mundo y tantos otros asuntos. Por supuesto, nadie le requiere ninguna visión crítica sobre los mismos. Dada su nominal condición de oficialista, le sería admitido indulgentemente un panegírico de lo actuado por la Nación hasta el momento. Pero no dirá una palabra de estas cuestiones. Como San Pedro antes de la Pasión, continuará negando de tres a mil veces cualquier referencia beatífica a Cristina Fernández o a Amado Boudou, como si su salvación electoral dependiese de una rigurosa abstinencia de kirchnerismo.