Doble opción de Mestre: construir poder o ser un pasajero

Por Pablo Esteban Dávila

27 diego mestre en el balcon 24-09[dc]D[/dc]iego Mestre arengó el lunes a la tropa en la histórica casa radical de San Juan y Vélez Sarsfield. Lo hizo a lo grande, sin privarse de definiciones. “Ramón Javier Mestre nos va a dar el triunfo en 2015”, fue la más importante de ellas. ¿Fue una proclama voluntarista, de esas tan comunes en los actos políticos, o realmente éste es el propósito racional, meditado, del mestrismo de cara al futuro?
Quienes se encuentran habituados a razonar conforme causas y efectos pueden tener la tentación de afirmar que ésta es una posibilidad cierta. Mestre es el intendente radical más importante de la Argentina, al menos, desde el punto de vista de la jerarquía de la ciudad que gobierna. Buena parte de los vecinos avalan su gestión y, como es fácil advertir, no tendría competidores dentro del radicalismo si su propósito fuera el de disputar la provincia. Además –y el hecho no es menor– la lógica indicaría que el ciclo peronista inaugurado por José Manuel de la Sota en 1998 debería agotarse en algún momento, y que 2015 es un año tan bueno como otro para que esto suceda.
Pero esta linealidad de pensamiento contrasta con algo que, en política, es fundamental: la voluntad de poder. Es aquí, en este rescoldo tan nitzcheano de los posibles análisis, en donde aparecen las sombras de la duda. En rigor, el intendente no salió bien parado de las PASO. Resultó segundo en su propio territorio a pesar que el peronismo, tanto el oficial como el paralelo, fue a las elecciones ostensiblemente dividido. Además, su módica participación en la pasada campaña pareció evidenciar que, en su condición de supuesto macho alfa partidario, mantuvo dudas insuperables sobre si la lista en donde participaba su propio hermano tendría chances ciertas de hacer un papel digno.
La lógica cartesiana indicaría, a este respecto, que dudar no está mal y que hacerlo ayuda al pensamiento crítico. Esto es cierto, pero no se aplica a un dirigente en medio de una campaña electoral. Un líder debe estar seguro de lo que hace o, por lo menos, aparentarlo. Si no logra transmitir esta energía, esta certeza, a quienes lo siguen, difícilmente logre construir el poder suficiente como para desbancar a un poderoso preestablecido.
La gran cuestión no es, por lo tanto, si Mestre competirá con éxito para la gobernación en 2015, sino si logrará edificar la plataforma que termine de catapultarlo hacia tal meta. Para proyectarse hacia El Panal desde el Palacio 6 de Julio no sólo es imprescindible contar con una buena gestión (muchos la logran sin ser grandes políticos) sino ser un verdadero constructor del poder. Eduardo Angeloz lo fue durante mucho tiempo y De la Sota –su émulo más consumado– resultó un tenaz arquitecto del justicialismo hoy en el gobierno. Si algo tuvieron en común ambos dirigentes fue su absoluto apego al código de conducta de un político: nunca debe dejar de disputarse ninguna batalla, no importa el pronóstico previo al combate. ¿Tiene el intendente Mestre la misma convicción?
Tener voluntad aditiva, de sumar voluntades sin importar el tamaño de la empresa, es una condición tanto para llegar al poder como para mantenerlo. La personalidad de Luis Juez, por ejemplo, bastó para triunfar en el municipio allá por 2003, pero no le sirvió de gran cosa para mantener aquel logro ni para convencer a sus dirigidos que valía la pena mantenerse a su lado en la adversidad. Por el contrario, De la Sota supo generar un espacio que incluso pudo contener a sus rivales internos. No hace falta ser un erudito para recordar que, en 1993, Juan Schiaretti triunfó sobre los postulantes delasotistas en una cerrada interna y convenientemente apoyado por el entonces todopoderoso Domingo Cavallo. Veinte años después, Schiaretti resulta ser la cabeza de lista en la que el propio Gobernador juega buena parte de sus chances presidenciales. Esta dialéctica, en donde la exclusión puede ser un problema pasajero pero que no es, en modo alguno, la ideología predominante, explica porqué algunas fuerzas políticas y las elites que las conducen logran tener una vigencia que muchos desean para sí.
Mestre tal vez debería verse en el espejo de De la Sota al igual que éste, en su momento, supo mirarse en el de Angeloz. No para imitar ni su gobierno ni su oratoria, sino para observar el manejo de la mezcla y la cuchara, que son los atributos del albañil. Tal vez fuera conveniente que se apurase en hacerlo. El Intendente no sólo debe responder asertivamente a las dudas que, expresadas en sordinas, muchos manifiestan sobre sus reales deseos de poder sino que, por si fuera poco, tiene la responsabilidad histórica de reconstruir el bipartidismo cordobés, un sistema antiguamente denostado pero que hoy, con la experiencia de los últimos diez años a la vista, se antoja como la arcadia perdida.
Ojalá Diego Mestre tenga razón. Que su hermano sea una opción de poder real hacia el 2015. Que los radicales tengan chances reales de volver al gobierno que perdieron hace tanto tiempo. Pero para lograrlo hará falta algo más que discursos filiales. El Intendente deberá demostrar que es dueño de ese fuego sagrado que lleva a ciertos dirigentes a llevar adelante sus propósitos aunque las dificultades (o las encuestas, que es una variante sociológica de aquéllas) pudieran desalentar hasta el más valiente.
Se acercan los tiempos en que deberá plantearse firmemente esta opción: o construye el poder o es uno más de sus pasajeros. La campaña que se avecina, en donde Oscar Aguad es la cara visible de su partido, demostrará hasta qué punto su temple se orienta hacia una u otra alternativa. Y si las promesas de su hermano Diego son proféticas o bravatas de comité.