Por Gonzalo Neidal
[dc]N[/dc]o es sencillo comprender qué es lo que se proponen los estrategas comunicacionales de la presidenta con las amables entrevistas de fin de semana por el canal oficial. En el canal oficial, en un horario apropiado, un periodista oficialista, realiza preguntas cómplices a la presidenta, evitando rozarla siquiera con una grácil pluma. No pregunta nada que pueda incomodarla o causarle disgusto. El cuestionario se desliza como por un tobogán de seda, probablemente pautado con la entrevistada, ajeno a los problemas más candentes de la realidad cotidiana de los argentinos.
Nada de preguntas ominosas. El sólo hecho de que el entrevistador sea un periodista militante de un medio oficialista nos preanuncia el tono acariciante de la entrevista. Además, como reaseguro reforzado, el reportaje está grabado y, probablemente editado. Una espontaneidad prolijamente elaborada, puntillosamente planificada. Sin sorpresas.
Uno se pregunta cómo vive el periodismo militante estas situaciones de docilidad extrema, de mansedumbre potenciada. Resulta muy difícil imaginar a Rodolfo Walsh –el ídolo ineludible de los periodistas K- en una situación similar, oficiando de lacayo complaciente para el presunto lucimiento presidencial.
Al parecer, el único periodismo que el gobierno tolera es el periodismo adepto, el que resigna el espíritu crítico, el que se identifica completamente con el entrevistado a punto tal que recorre con sus preguntas el camino deseado por él. Que la presidenta no tolere una conferencia de prensa, algo tan habitual en todos los países democráticos, no es un mero detalle de estilo en materia de comunicaciones.
Es un concepto del poder, de la libertad y de la democracia. Es, en definitiva, intolerancia al disenso, a la pluralidad de opinión, al control sobre los actos de gobierno.
Dimensión humana
Es muy difícil medir el verdadero impacto electoral que tuvo en la reelección de Cristina, la prematura muerte de su marido. Algo similar ocurrió en 1995 con el fallecimiento del hijo de Carlos Menem, en fecha próxima a los comicios. En esos casos opera una suerte de empatía que se mezcla y se suma a otros motivos para el voto. Y todos ellos son válidos y aportan al resultado.
Pasados los meses, esa mirada piadosa se diluye. La presidenta deja de ser una mujer dolida que enviudó y, además, debió hacerse cargo de graves asuntos de estado para ser, simplemente, un funcionario político. Su dimensión personal queda postergada o, mirado de otro modo, retoma su proporción habitual.
Es probable que estas entrevistas tengan como objetivo restablecer ese perfil humano, mostrar a una presidenta que tiene una vida como cualquiera de nosotros: es madre, abuela, poda sus rosales, mira TV, cambia los pañales de su nieto. Quizá los expertos en comunicación vean ahí un bache que hay que llenar, una veta que hay que cubrir pues entienden que una presidenta que habla de temas triviales y cotidianos, llega al corazón de la gente mucho más que si abordara los ásperos tópicos de la agenda de gobierno.
¿Será verdaderamente así? Si este fuera efectivamente el punto de vista oficial, si la intención es la búsqueda de ofrecer una imagen distendida y humana de la primera mandataria, ¿eso resulta verdaderamente beneficioso a la presidenta y, en todo caso, hacia qué target está dirigido?
Por momentos da la impresión de que estas entrevistas están destinadas a la “tropa propia”, y que apuntan a consolidar lo que va quedando de la militancia kirchnerista. Los reportajes complacientes aparecen como estrategia previa a comicios que suceden a una derrota de magnitudes inesperadas que, además, encierra el peligro de una dispersión de la base militante que razonablemente comienza a buscar nuevos horizontes y crecientemente va abandonando el barco K.
Es probable que estos capítulos de Cristina por Canal 7 también busquen recuperar sufragios de la franja de ex votantes que en los últimos comicios decidieron no repetir su voto hacia el gobierno. Queda la duda acerca de la eficacia del camino elegido. Habrá quienes piensan que una presidenta que habla de sus años mozos, que se extiende sobre las virtudes de sus hijos, que se muestra feliz con su nieto, que poda rosales, es alguien que no tiene plena conciencia de la dimensión de los problemas económicos y sociales que han comenzado a expresarse en la sociedad argentina tras diez años de abundancia y prosperidad.
¿Por qué la presidenta no puede siquiera mencionar la palabra “inflación”? ¿Por qué no puede explicar por qué su partido redujo sus votos a la mitad desde los comicios presidenciales? ¿Por qué no puede abordar, sin fraseología hueca, cómo fue que el país pasó de ser exportador de petróleo a tener que pagar una factura anual de 14.000 millones de dólares? Si se trata de dar una batalla ideológica, bien podría explicarnos por qué le conviene al país sostener una empresa aérea que pierde dos millones de dólares cada día.
Los grandes temas permanecen excluidos, al menos hasta ahora. Difícilmente lleguen de la mano del entrevistador cuya pregunta más incisiva se refirió a si el nieto de la presidenta (de tres meses de edad) hacía política. Aunque periodista y entrevistada eludan los grandes temas de la realidad, ellos permanecen ahí acumulando enojo para una futura venganza.